El circo romano

Enrique Aparicio
12 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Era el año 12 después de Cristo. Un día feriado en Roma. El emperador Augusto había dispuesto un programa en el Coliseo. Lucio caminaba tranquilo en una mañana soleada en esta bella ciudad. Pasó frente al foro romano admirando sus esculturas y templos. Siguió por la Vía Apia y llegó al templo de las Vírgenes Vestales, aquellas mujeres hijas de familias importantes que se comprometían a mantener vivo el fuego sagrado para que nunca se extinguiera. Su vida se llevaría en perfecto ascetismo, no se casarían y mantendrían su estado virginal hasta su muerte. La justicia era implacable para quienes se atrevieran a tocarlas o, aún peor, forzarlas a tener una relación.

Estamos en la Roma pujante. Las legiones, repartidas por los diferentes rincones del imperio, imponían la mano fuerte para que se cumplieran las leyes que el Senado aprobaba. Se ejercía el poder histórico, heredado de otros tiempos, como el caso del político Catón el viejo, quien vivió unos 200 años antes del Nazareno. Cuando visitó la ciudad de Cartago le dio tanta envidia que ordenó quemarla con su famosa frase: “Carthago delenda est”.

Pero como siempre, en el Coliseo el programa para los leones estaba interesante. La última vez fueron unos cristianos y ahora tendrían columnista. Una distracción excitante para una muchedumbre con poco interés en la vida salvo un buen espectáculo. Era la época de pan y circo.

El otro coliseo:

En esta misma sección de Opinión colabora una muy buena columnista, Patricia Lara Salive, a quien no conozco personalmente, aunque hace años tuvimos una amiga en común, de la Universidad de los Andes, mientras manejaba una publicación del expresidente Carlos Lleras Restrepo.

En el artículo que publicó el 29 de junio de 2018, Patricia expresa su buen sentir sobre el libro más reciente de la escritora Laura Restrepo. Una expresión libre y sana, donde se ve claramente que no tiene la menor intención de herir a nadie. Sin embargo, aparecieron los comentaristas a quienes les gusta ver sangre y letras juntas en la arena del coliseo mental que tienen; que se regodean en ataques ramplones, en forma de críticas, que emergen de mentes trasnochadas que seguramente quieren sacarse el clavo de algún problema personal y para eso creen que no hay como un buen insulto a un columnista.

Como todos los que escribimos en este medio, he recibido comentarios directos, con buen contenido, que invitan a la reflexión. Pero también de resentidos, cuyos mensajes se reconocen a la legua. Se puede hacer el retrato mental de quien lo escribió solo por lo que dijo. 

En esto de los insultos hay formas de formas. El gran líder de la India, Gandhi, iba siendo víctima de un profesor que le quería hacer la vida cuadritos cuando estudiaba para abogado. En un examen escrito que le tocó presentarle al profesor de marras, el tipo lo cogió y, sin siquiera revisarlo, escribió la palabra “Idiota”. Le regresó el papel a Gandhi, quien lo miró un rato, pensativo, antes de decirle al profesor: “Veo que firmó mi trabajo. Por favor, ¿me podría dar la calificación?”.

A veces la gente intenta dañar a otro con ofensas que ni siquiera se ha ganado. Está en cada quien permitir que un insulto lo lastime o no. Si se rechaza, ese vuelve al lugar de donde salió. Espero que Patricia haya hecho oídos sordos a esos comentarios.

En el YouTube aparecen fotografías de mi encuentro con Roma, espectacular, pero entiende uno que el romano está tan consentido por tanto monumento lleno de historia que descuida mucho su ciudad.

Que tenga un domingo amable.

https://youtu.be/Is4F_dcvXRg

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