El círculo de la violencia

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
27 de noviembre de 2019 - 09:37 p. m.

Los resultados del paro de la semana pasada han dejado y siguen dejando un sabor agridulce. La increíble movilización de una buena parte de la sociedad colombiana y su deseo profundo de pedirle al Gobierno que se concentre en respetar y hacer respetar la vida (porque en el fondo de eso se trata), se vio opacada por el círculo de la violencia. Los diferentes episodios de desmanes, salvajes agresiones y estrategias para generar miedo no hacen sino sumarse a la extensa lista de lo que caracteriza la historia colombiana de los últimos años. Y, como siempre, en medio de esa trillada y triste historia, y como si se tratara de un drama shakespeariano, la violencia termina siendo el actor principal. La violencia en Colombia parece más fuerte que cualquier cosa y es capaz de eclipsar toda iniciativa que vaya en su contra: llámese cacerolazo, personaje disfrazado de paloma de paz o personas honestas caminando de manera pacífica por las calles de su ciudad.

Cuando inicia el círculo de la violencia nadie lo detiene: el encapuchado malintencionado provoca al policía joven e inexperto, cuya jerarquía seguramente le ha dado órdenes draconianas para no dejarse “meter la mano por todos esos mamertos”. El policía de espíritu fascista ve en cualquier manifestante un enemigo y no duda en pegarle a lo primero que se mueva, como sucedió con esa joven víctima de una violenta patada en la cara o con el joven que murió. El círculo también lo forman las personas que se esconden detrás de las redes, y cuyas intenciones no son del todo claras, e inician campañas de pánico para, probablemente, justificar el uso de la fuerza por parte del Estado. A él se suman los vecinos armados de escobas y traperos para defender sus conjuntos como si se tratara de una fortaleza medieval.

Y el círculo sigue. Algunos medios de comunicación, en especial los noticieros, terminan cubriendo lo sucedido sin la prudencia necesaria para no seguir exponiendo a linchamientos o a venganzas futuras a los seres humanos que están en el campo de batalla. Para dar un ejemplo de lo anterior, creo que no era necesario publicar el nombre y número del agente del ESMAD responsable de la patada a la joven de la bicicleta. Que muchos de esos agentes se hayan portado como animales y merezcan ser relevados de su cargo, no justifica que sus nombres anden por ahí a merced de cualquier salvaje dispuesto a hacer respetar la ley del talión. Los medios tienen las herramientas suficientes para ayudar a apaciguar los ánimos en lugar de encenderlos, y bien podrían denunciar de manera formal esa situación y hacerle seguimiento al destino de ese agente sin exponerlo públicamente.

En el fondo, lo que ha sucedido es una clara muestra de lo violentos que podemos ser y de la falta que nos ha hecho recibir una educación para aprender a vivir en paz y todo lo que esto implica, para saber frenar desde la posición en la que nos encontremos (policía, manifestante, medio de comunicación, activista en redes sociales, vecino) el círculo de la violencia. Nos encanta buscar responsables, justificar la violencia policial hasta cierto punto, creer que las manifestaciones tienen que empezar tapándose la cara y terminar con algún vidrio o cabeza rota, defender lo nuestro así nos toque moler a palos al que sea, denunciar lo que todos están haciendo mal. Sin embargo, nos cuesta trabajo preguntarnos hasta dónde nosotros también hacemos parte de ese círculo. Y el problema es ese, el problema es que ni siquiera se nos ocurre esa pregunta porque nadie nos ha enseñado lo importante que es tenerla en mente, lo clave que es medir nuestras acciones, nuestras palabras, nuestras intenciones. El problema es que no nos están enseñando a pensar en el otro y la arrogancia de las personas que nos gobiernan es tan fuerte que nuestro bienestar como sociedad pasa a un segundo plano.

Las consecuencias del paro son un símbolo claro de la ausencia de un mensaje constructivo en torno a lo que significa vivir en paz, son una muestra clara de la polarización que nos aqueja y de la manipulación mediática que nos domina. En el fondo, seguimos sin quebrar las viejas rencillas de otros tiempos, esas que alguna vez enfrentaron a pájaros y chulavitas; a guerrillas, paramilitares y militares; esas que lo único que han conseguido es que siga muriendo gente inocente. Cada uno desde su perspectiva tiene que hacer un esfuerzo para detener el poder de ese círculo que, con o sin paro, nos tiene subyugados.

@jfcarrillog

 

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