El ciudadano apático

Lorenzo Madrigal
18 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Hay ciudadanos de distintas clases y condiciones. De hecho, nadie está obligado a ser de una o de otra forma, no en un país abierto y todavía regido por esa atonía deliciosa que son las libertades públicas. Uno cualquiera o muchos pueden ser apáticos.

Qué pasa hoy, ese ciudadano se pregunta. Nada, hoy lo que toca es marchar. ¿Por qué? Hay un sinnúmero de razones, todas válidas. Porque somos desgraciados. Ah, por cierto, contesta que él también lo es y tan acostumbrado está a serlo que ya ni se da cuenta. ¡Listo! Pero a ver si le pone ánimo. Ya voy. ¿Cómo hay que ir vestido? Desarrapado, mejor, y con tenis. ¿Desarropado? No, no, abrigado que de pronto llueve y truena como ayer. El muy desalentado, que no perezoso, le tiene pánico a los relámpagos.

Realmente, no le interesa que las pensiones se modifiquen en edad o monto porcentual, porque él no está cotizando y su vejez la vivirá en estado de destitución, como decían en otro tiempo los abogados y nadie lo socorrerá, así haya estado en una o varias marchas años atrás. Ir en ellas no cotiza.

Ni siquiera sabe que Holmes Trujillo ha dejado la cartera de Relaciones, que le parecía apropiada para su talante, y cuando le cuentan que ha pasado a la de Defensa abre tamaños ojos y no se lo puede imaginar frente a la tropa. Una cosa es no apoyar a Cuba, desde un foro mundial, y otra ordenar un bombardeo donde la guerrilla recluta menores y los expone a la muerte.

Menos sabe de la señora Blum, quien fuera hace unos años una parlamentaria combativa y ahora va a probarse en un ministerio de tanta sindéresis como el de Relaciones. No que ella no la tenga, pero el tipo, listo a salir a protestar, se alza de hombros: sabe que guerra con Venezuela no habrá y que Guaidó no será presidente, por ahora.

Este hombre, a lo mejor descrito por Barba como aquel en quien “un gran dolor incógnito vibraba por su acento”, no asume como tema propio que la universidad pública tenga mayores recursos del Estado, pues oye decir que se los roba la corrupción, aunque se le explica que se trata de casos aislados. Creyó en algún momento en la propuesta de Morris, inviable pero soñadora.

No justifica, mientras se coloca los pantalones de sudadera, que se destruya la ciudad en razón a que no se han cumplido los acuerdos de paz, pues mira para ambos lados y ninguna de las partes los ha cumplido ni los negociadores están ya en escena.

La verdad, no le interesa tumbar a Duque, a quien considera un buen tipo, moderado, turbayista y echandiista, que no va a hacerle mal a nadie sino a sí mismo, con su actuación inocua, que es lo que el país no quiere, sino acción, cámaras (legislativas) y verlo caer como por poco Lenin Moreno y por su autocracia, Evo. Pero nuestro amigo abre la puerta de su casa y ve que todo el mundo se dirige a alguna parte. Y la cierra tras de sí.

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