“El colgajo”

Aura Lucía Mera
26 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

“Colgajo: cosa que cuelga, especialmente si carece de valor o es antiestética”, diccionario.

“Colgajo: un pedazo de piel que se mueve de una parte del cuerpo a otra”, medicina.

No sé. Nunca me ha gustado esa palabra. Suena feo. Como a carnicería o a deshecho. Una palabra que carece de armonía y huele a dolor y muerte. Cuando Felipe Negret me regaló el libro, lo puse aparte. No creí que fuera capaz de leerlo con semejante título. La carátula sí me sedujo. Similar a la de Fractura, de Andrés Neuman. Diseño del arte kintsugi, técnica japonesa que realza la importancia de reparar algo que se ha roto.

Su autor, Phillippe Lançon, periodista y escritor francés que trabajaba para Libération y Charlie Hebdo, esa mañana de invierno del 7 de enero de 2015 dudó si pasar primero por Libération, a escribir su artículo sobre la obra de teatro que había visto la víspera con su amiga Nina, Noche de reyes, de Shakespeare, en la cual “nada es lo que parece”, pero decidió a último momento arrimar a la sede de Charlie Hebdo, la célebre y controvertida revista satírica que producía ampollas a cristianos, judíos, musulmanes y políticos por sus irreverencias, que pasaban el límite de lo “políticamente correcto”. Las últimas ediciones apuntaban a caricaturizar a Mahoma, el profeta intocable y no dibujable de la religión musulmana. Esto coincidió con la publicación de Sumisión, de Houellebecq, libro que narra una Francia gobernada por los musulmanes. Llegó, como cada semana, a reunirse con sus amigos y colegas del comité de redacción.

Lo que no imaginó es que en esos instantes también se dirigían hacia la sede del semanario, cargados de bombas y metralletas, encapuchados con botas negras, los dos hermanos Kouachi: franceses musulmanes, integrantes de Al-Qaeda, marginados, pobres y fanáticos, que iban a matar y morir en nombre de Alá. En cuestión de segundos, el saldo fueron 11 personas muertas y un enorme charco con la sangre de todos mezclada que inundaba la sala de redacción .

Tres años después, con más de 20 cirugías a cuestas, Philippe Lançon inicia su libro y se convierte de “haber sido un cráter de carne destrozada, un rostro de tres cuartos de cara intactos y un cuarto inexistente, un monstruo”, en el autor más famoso del mundo, con más de 300.000 libros vendidos en las primeras semanas.

El colgajo es una obra maestra que no califica como novela, autobiografía, ensayo ni crónica, porque las excede a todas. Es un viaje al interior de sí mismo, sin autocompasión ni heroísmos, sin rencores ni ataques, sin excusas de víctimas y victimarios. El atentado del 7 de enero del 2015 es simplemente el punto de partida de su aceptación de su nuevo yo, de su nueva vida y el adiós a lo que ya jamás podrá recuperar.

Un libro único, de prosa impecable, poética, sobria y afilada que, sin darnos cuenta, nos va llevando de la mano entre los laberintos de la Salpêtrière y Les Invalides, la asepsia de los quirófanos, el universo misterioso de los cirujanos, el microcosmos imparable y activo de los hospitales, la magnificencia de los museos y el lenguaje secreto de Bach o un cuadro de Velázquez para amansar y acariciar las heridas del cuerpo y del alma; el poder del aroma de una flor en primavera, que despierta emociones y sentidos anestesiados; la solidaridad y el apostolado de los enfermeras y auxiliares de salud; el vivir cada día, sentir el poder del amor y la amistad, el reencuentro con sus propias flaquezas y su fuerza interior, donde se encuentran la mansedumbre, la obediencia y la determinación de sobrevivir y continuar. Libro de belleza perturbadora, como lo definió una crítica.

Posdata. “La sensación de renacer al unir los dos extremos, el de antes y el de después, data de aquella visita al Grand Palais a la exposición de Velázquez, y con ella el momento en que la pintura venció a la literatura en el impulso físico hacia la vida”.

 

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