El complejo de Telémaco

Santiago Gamboa
31 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

La política de este país nos muestra a cada rato que somos una nación joven, impulsiva, que improvisa sobre la marcha y se lanza con ímpetu hacia lo que cree coherente en el minuto mismo, sin medir riesgos, sin calcular la profundidad de los abismos sobre los que pretende volar. Lo veo en la increíble proliferación de entusiasmos, algunos efímeros y otros vacíos; otros incluso bien fundamentados, pero que prescinden de la Historia, del cálculo sereno, como las decisiones de un joven impetuoso y altivo. Me acuerdo del entusiasmo por Uribe. Sin el menor cálculo el país se lanzó por ese abismo, sin estimar lo que costaría después desprenderse de él. Sin medir a fondo su retorcida historia y ser un poco más sensatos.

De ese amenazador entusiasmo se desprende este de ahora, en torno a su pupilo Iván Duque. Hay que ser bobo para creer que él está ahí por su hoja de vida o sus deslumbrantes valores políticos. Sabemos que no. Se ganó la confianza al darle muestras creíbles a su jefe de que será fiel y sumiso, de que seguirá sus órdenes. Uribe sabe por experiencia que el político joven, al ser encumbrado, será más devoto que el que ya tiene un recorrido, pues le deberá la vida. La misma lógica de Chávez de dar ventaja a gente sin formación, que luego se haría matar por él. Son los perros más fieles, y Uribe lo sabe. Las hojas de vida son hoy secundarias en la política. ¿Qué nos indican hoy, al ver que los más corruptos de las últimas dos décadas son egresados del Rosario, la Javeriana y los Andes, entre otras, y tienen doctorados en Harvard y lugares así? Fue lo que quedó de sus carísimos estudios universitarios. Por eso hoy valen más los principios que los títulos.

Hubo recientemente otros entusiasmos efímeros y dolorosos, como el de la paz, que hoy se transformó en su contrario: en un increíble desdén. ¡Como si siempre la hubiéramos tenido! De nuevo el país con una actitud de niño adolescente, incluso un poco malcriado. Es así. Muchos colombianos no sólo no la valoran, sino que la ven como una peligrosa enfermedad. ¿Por qué? Tal vez no se sienten preparados para hacer concesiones. Aunque ilesos, aún están heridos en lo más profundo. Y son inocentes. Otros sí han logrado sobreponerse al odio. Porque siempre, a lo largo de la Historia, tras una larga y prolongada explosión de violencia, la paz se instala en una sociedad y le revela su verdadera cara. Es un espejo que no tiene piedad, pues le dice: “Esto eres tú, estas son tus crueldades, estos tus crímenes, pero ya basta”. Entonces la nación se repliega sobre sí misma, algo avergonzada. Como un individuo que se entregó a una vehemente e iracunda ebriedad y, de pronto, se despierta, recupera la razón. ¿Qué hice? Se recuesta en la oscuridad e implora alivio. Añora la libertad que ofrece la sumisión o la obediencia. Tal vez a un padre o a una nacionalidad, pues Colombia sufre de lo que podríamos denominar “complejo de Telémaco”, es decir, la ausencia de un padre que nos proteja imponiendo orden, y nos confiera una identidad. Somos un país huérfano (de huérfanos de guerra y de historia) porque el padre, ese Ulises, aún no ha llegado a estas tierras. Por eso debemos construirlo a través de una idea democrática y perdurable de nación.

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