Cabeza de Medusa

Él contiene multitudes

Isabella Portilla
21 de mayo de 2020 - 04:31 p. m.

"Maestro, poeta, crítico social cáustico e intrépido espíritu guía de la generación contracultural". Así han definido al hombre que ha hecho de su paso por la tierra un mundo mejor desde hace 79 años.

El carácter del músico, genio y rapsoda que encarnó la figura del mejor compositor del siglo XX es tambaleante. Pareciera que su temple, en algún momento, se llegara a caer. Grosero, altivo y desidioso con la prensa. Apático ante la crítica. Político de la armónica. Ese es Bob Dylan, el mismo que se casó a escondidas con una modelo veinteañera, el que sin ser filósofo  ha puesto a pensar a más de cinco generaciones, el  que compuso la mejor canción de toda la historia del rock, según la revista Rolling Stone. 

Hace 79 años, en el hospital St. Mary de Duluth, en Minnesota, nació  Robert Allen Zimmerman. Vivió su infancia entre Duluth y Hibbing escuchando emisoras en las que trasmitían blues, country y rock and roll. Robert, el imberbe, formó varias bandas de corta duración. The Shadow Blasters y The Golden Chords fueron apenas los pedriscos de la gran esfinge que se construiría alrededor de su nombre.  

Desde chico siempre tuvo clara su vocación. En el anuario de su colegio dejó plasmada la ambición de unirse a  Little Richard, “el arquitecto” del rock and roll. Antes de graduarse ya había tocado en dos conciertos con Bobby Vee. Cuando entró a la universidad, en Minnesota, se unió al grupo del 10’ O’Clock Scholar, una cafetería en donde empezó a verse envuelto con el circuito del folk de Dinkytown. Allí dejó de ser Robert Allen Zimmerman y se hizo llamar Bob Dylan. Allí dio a conocer el nombre que llevaría para siempre colgado a su voz, el nombre ácrata y sonoro que anheló tener, el de su gusto, el que rompía las reglas. Diría alguna vez: “Naces con padres equivocados, nombres equivocados, así que en el país de la libertad haces lo que quieras”. 

En 1961 Dylan, el anárquico e insurrecto, no soportó siquiera un año de universidad. Viajó a Nueva York para ver a su ídolo, el en ese entonces enfermo y loco clínico Woody Guthrie. Fue cuando empezó a tocar en clubes de Greenwich Village. Fue cuando llegaron las críticas. Su nombre empezó a restallar. El crujido de Bob logró su primer contrato con Columbia Records ese mismo año. Folk, blues, gospel. Su primer álbum reunió una mixtura melódica de poco interés para el público. Fracasó. Sus ventas no superaron las 5.000 copias el primer año y tuvo que cancelar su contrato. Sin embargo, contó con el apoyo de dos figuras de  imponencia musical: el productor John H. Hammond y el fabuloso Johnny Cash. 

Vino The Freewheelin’ Bob Dylan, el segundo álbum, donde reflejó su faceta de compositor. Letras contraculturales, contestatarias, irónicas. Dylan alcanzaba el resplandor en la forma que siempre quiso. Se salió con la suya. Blowin' in the Wind alcanzó éxito internacional siendo ampliamente versionada y abriendo camino a otros artistas para que el folk y el contenido poético y a la vez impugnador descollaran. Su éxito despegó. Los Beatles lo aclamaron. “Maravilloso” le pareció a George Harrison. El público empezaba a amarlo con fervor. Y Joan Baez, la reina de la canción protesta, encontró su rey y le ayudó a reinar. 

How does it feel?

Los tiempos cambiaron, como lo anunció en su tercer disco. El músico- político nunca tuvo ese rol tan claro. El mismo hombre que cantaba en la marcha por el trabajo y la libertad en Washington componía canciones en honor a líderes asesinados, pedía desde sus líneas sonoras equidad para las negritudes estadounidenses y le contaba a todo quien le quisiera oír cuál era la situación de los mineros y los campesinos de su país. Dylan fue un cronista de su tiempo. El más nasal, carrasposo y palpitante cronista estadounidense. 

Alrededor de 1965 la estrella pop del folk rock también cambió. Dejó a un lado su guitarra blanda y su armoniosa Hohner ya inmortalizada en los oídos del mundo y dio un salto estilístico que marcó su carrera. Ahora era eléctrico, electrizante. Subterranean Homesick Blues cambió su estilo folk. Hoy es considerada por los críticos como la canción precursora del rap y del hip hop. Hoy el mundo musical lo agradece, pero en ese entonces el poeta no fue entendido. En su histórica presentación en el Newport Folk Festival en 1963 y 1964 fue abucheado tras haber usado su guitarra eléctrica en un par de canciones. Más adelante, calló murmullos y, como dijo Bruce Springsteen, sonó un golpe de caja al principio de una canción que parecía como si alguien abriera de una patada la puerta de la mente. Seis minutos adrenalínicos de Like a Rolling Stone cambiaron para siempre la forma de hacer música. Un riff de órgano que propicia el confort y al mismo tiempo el horror de vivir.

Esa es la herencia del abuelo al que le hacemos llegar estos plácemes por su cumpleaños número 79. Esa y su vasta discografía, que incluye 57 álbumes y 62 sencillos, y una nueva joya que está haciendo más llevadero el confinamiento provocado por la pandemia: los tres primeros singles de su nuevo álbum: Rough and Rowdy Ways.

Cuesta creer que un genio como él todavía siga vivo. La desconcertante miseria de estos tiempos parece ser incompatible con su encanto clásico. Sin embargo la música le ha permitido perdurar, ganarse el Nóbel de Literatura en 2016 sin que estuviera en sus planes, que cientos de cantantes se sientan influenciados por su legado y que millones de personas continúen buscando esa respuesta que sigue flotando en el viento.

@portillai

 

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