El contraste

Juan Carlos Botero
13 de julio de 2017 - 09:00 p. m.

A estas alturas es cristalino el contraste entre Donald Trump y Barack Obama. Me refiero a la inmensa y deprimente diferencia de estilos, conocimientos, diplomacia, honradez y, más que nada, resultados entre ambos mandatarios. Y si ese contraste, que es colosal, no es evidente para algunos, eso significa que esa gente está jugando al avestruz mientras el mundo tambalea, peligrosamente, sobre el filo del volcán.

Las diferencias, no nos engañemos, no son pocas ni sutiles. ¿Qué tal el contraste entre ocho años sin escándalos bajo Obama comparado con estos pocos meses de Trump, en los que ha estallado un nuevo escándalo cada día? ¿Y qué tal el contraste entre liderar la lucha mundial en contra del cambio climático y salirse del Acuerdo de París con ideas dignas de un cavernícola? ¿Y qué tal la lucidez de Obama de lograr el Tratado del Pacífico para atajar la influencia de China y fortalecer la presencia de EE. UU. en la región, comparada con la ceguera de Trump de cancelar el acuerdo de un plumazo? Y mucho, mucho más.

Sin embargo, lo que más me llama la atención es ver a los defensores de Trump, cuando se les menciona el Gobierno de Obama, saltar para recitar la lista de lo que ellos dicen que fueron los muchos errores del presidente anterior. Y sí, en efecto, nadie opina que el mandato de Obama fue perfecto. Pero esa gente es incapaz de reconocer todos los errores del Gobierno actual. Incluso se pueden debatir las fallas de Obama, pero con Trump no hay debate: el mundo entero está de acuerdo en que este misógino sólo ha cometido torpezas y daños lamentables. Pero ésos no los ven.

Por ejemplo, ¿cuándo hubo una duda acerca de un pariente de Obama? ¿Un conflicto de interés de su parte o de un miembro de su familia? En cambio Trump tiene a toda su parentela metida en el Gobierno, traficando influencias y cambiando favores por negocios, y lo hacen con descaro. Cada vez que Obama actuaba en el concierto internacional, su conducta estaba marcada por la elegancia, la dignidad, la compasión, la prudencia y la diplomacia. Nunca fue blanco de risas de otros mandatarios, como lo fue Trump en la OTAN, y jamás lo vimos actuar como un patán, como lo hizo Trump al apartar de un empellón al presidente de Montenegro. La relación de pareja de Obama con Michelle fue siempre una lección de respeto a la mujer y de amor sincero. En contraste, Trump y Melania no se pueden coger de la mano sin que sea motivo de risotadas. Por todos lados el Gobierno de Trump apesta de relaciones indebidas con otros gobiernos, de sus familiares o de sus subalternos. ¿Acaso hay un solo ejemplo de algo comparable en el Gobierno de Obama, y no durante sus primeros meses de gestión, sino durante sus dos períodos completos? No ver eso, y no poderlo admitir, es la prueba más aberrante de ceguera política y de un fanatismo impermeable a los hechos.

Para rematar, ¿qué tal la diferencia de interpretación de las relaciones internacionales? Obama pensaba que, para que EE. UU. aumentara su liderazgo en el mundo, era necesario fortalecer alianzas y crear un ambiente de respeto mutuo donde todos se benefician de las políticas. En cambio Tump piensa que su país debe ser el único ganador. Y esa actitud es suicida.

En últimas, el mayor contraste es éste: Obama enalteció a su país. Trump lo ha envilecido.

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