“El corazón de las tinieblas”

Adriana Cooper
19 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Todo intento por conservar la cotidianidad se escurre y busca otra salida. En estos días de asepsias repetidas y omniscientes, un libro saltó de la estantería como un mensaje dispuesto a revelarse. Se trataba de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, traducido por el escritor Juan Gabriel Vásquez, ganador reciente del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana de la Universidad Eafit. Esta traducción, publicada en su primera edición por Angosta Editores en marzo del 2018 y con un medianil que se asemeja al agua y recuerda la belleza, cuenta la historia del marinero Marlow en su viaje al Congo. Cielos oscuros, marea y viento. Conrad escribió en una de sus páginas: “Y aquella vida callada no se parecía en nada a la paz. Era la quietud de una fuerza despiadada que meditaba sobre algún propósito inescrutable”. Estas líneas se convirtieron en una semejanza entre el relato y el presente. Un momento de pandemia o de silencios sospechosos.

En el prólogo, Vásquez cuenta que “esta brevísima novela está llena de momentos de revelación, de esos fogonazos en los que lo entendemos todo, de esas epifanías que nos permiten ver el mundo como si nunca antes lo hubiéramos visto”. Y precisamente esto ocurre ahora. Uno de esos “fogonazos” tiene que ver con la distancia y soledad obligadas de este tiempo. Salir a la calle por lo imprescindible, ante un imprevisto o emergencia, permite ver un paisaje inusual y fugaz similar quizás al 1° de enero: hay espacio para caminar, para observar o entender. Para pensar que tal vez somos muchos al tiempo en el mismo espacio y que una causa de la angustia, la enfermedad o la violencia es la ausencia de un elemento vital: la distancia entre nosotros o la disminución acelerada de ese espacio mínimo y personal que definió la proxemia.

En muchos salones de clase, en los centros comerciales, en el metro, en los almacenes, en los consultorios médicos, en las ferias. En los lugares devastados por miles de turistas o en las ciudades donde sus habitantes huyen hacia el campo ante la llegada del verano y la invasión del turismo. Cada año las capitales aumentan en población y en edificios. También su ruido y producción. Y los efectos de vivir tan cerca y conectados unos a otros se revelan en tiempos de pandemia.

Por salud, ligereza o liviandad, parece que llegó el momento de trabajar más desde la casa, hacer otras actividades desde ella o renunciar un poco más a lo masivo. Tal vez se trata de fijar horarios nuevos o límites a los lugares y eventos, disminuir el ruido, aplicar los principios del minimalismo, buscar cuál es la esencia y descartar el exceso.

“Es curiosa la vida. Lo más que de ella se puede esperar es cierto conocimiento de uno mismo... que llega demasiado tarde… una cosecha de inextinguibles remordimientos”, escribió Conrad. Puede ser que en estos días el corazón de las tinieblas esté en entender que llegó el momento de encontrar otras formas de conservar la distancia mínima entre nosotros.

 

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