El costo de la democracia

No hay nada más costoso para los Estados que la democracia. ¿Cuánto nos costó a los colombianos la jornada del pasado domingo? Y eso no es nada, ¿cuánto gastaron los candidatos que no salieron electos? En cambio, los elegidos tienen la fortuna, a base de empleos y contratos, de pagar las deudas que debieron asumir. Y después les surgen infinidad de procesos penales, disciplinarios y fiscales.

Antes, cuando no éramos tan “democráticos”, los alcaldes eran escogidos por los gobernadores y estos, a su vez, por el presidente de la República. Como no invertían para ser nombrados, no tenían necesidad de acudir a todas esas conductas ilegales que hoy los empapelan.

De otra parte, la democracia no garantiza que se escoja a los mejores porque la mayoría de las veces se equivocan. Antes, repito, cuando no éramos tan “democráticos”, Bogotá tuvo como alcaldes, para solo citar a unos pocos, a Fernando Mazuera, Virgilio Barco, Juan Pablo Llinás y Jorge Eliécer Gaitán. Hoy la democracia le ha dado a Bogotá alcaldes sin ninguna gestión que mostrar, y sí muchos pleitos.

Tan en desuso ha quedado la democracia —mejor, sus mecanismos de pronunciamiento— que hoy la gente prefiere salir a las calles a protestar, como recientemente sucedió en Puerto Rico, Ecuador y Chile, y ni hablar de Venezuela. Y allende el mar, en Hong Kong y Barcelona.

Sin embargo, los resultados del pasado domingo son de mostrar. Hubo un cambio total. Por primera vez una mujer llegó a la Alcaldía de Bogotá y se convirtió en un nuevo barón electoral. Y el gobierno Duque así como el presidente eterno tuvieron la más grande derrota que se recuerde.

Jamás se debe regresar a los nombramientos como se hacía antes de la Constitución de 1991, pero se debe buscar un mecanismo en donde el costo de la democracia sea menos oneroso.

La democracia es un honor que cuesta, pero que no sea tanto.