El crimen de Ligia Estella (II)*

Beatriz Vanegas Athías
24 de abril de 2018 - 03:30 a. m.

Tres días antes de su muerte, su cuñado Wilberto Cervera buscaba un ganado extraviado y presenció, sin querer, cómo alias el Conejo y sus compañeros descuartizaron al gallero Yánez de la vereda El Brillante. Los paramilitares se percataron del hecho y de inmediato rotularon a Wilberto como sapo o informante de la guerrilla. Wilberto se convirtió, en mala hora, en objetivo militar de alias el Conejo, por ello lo buscaban para asesinarlo y así acabar con el testigo del horrendo crimen de Yánez. Como si el actuar paramilitar necesitara eliminar testigos, ellos que se movían con total impunidad, comenta el historiador y gestor cultural Julián Díaz.

Fue así como la noche del 15 de septiembre de 1999, viniendo alias el Conejo con sus súbditos de una fiesta, entró a San Roque a la medianoche e hizo disparos al aire acompañados de granadas a los hogares del doctor Luis Carlos Cuello, de Carmelo Sampayo, a quien apodaban Carmelo Culón —por evidentes razones derivadas del apodo—, y, claro está, a la casa de los Villamizar Chaves.

El pueblo enclaustrado desde las seis de la tarde escuchó lleno de pavor cómo alias el Conejo y sus secuaces rompían puertas, ventanas, pateaban muebles, acallaban con más gritos los gritos de las mujeres Villamizar y su furia creció al enterarse de que Wilberto —por quien venían— se había escapado. Entonces el horror alcanzó su extremo: empezaron a abusar de las cinco mujeres que estaban solas en la casa, entre ellas Ligia Villamizar.

Al amanecer San Roque era un silencio aterrorizado pero enfurecido. Se organiza y se revela contra la presencia paramilitar. El miedo es reemplazado por la rabia, el hastío y la indignación ante los abusos y crímenes. Ligia Estella, herida en todas las dimensiones de su ser, se hace acompañar por docentes, estudiantes, padres de familia y comunidad en general y decide marchar hasta Majagual para poner en conocimiento de las autoridades los hechos sucedidos. Ese día la concejala Ligia tenía sesiones en el Concejo Municipal a las ocho de la mañana y decide salir temprano a la cabecera del puente que da inicio al camino hacia Majagual. Allí se dispone a esperar una motocicleta, de las popularmente conocidas como motataxis, para trasladarse a Majagual a cumplir su deber como concejala, desconociendo que alias el Conejo y sus súbditos habían decidido que ningún sanroqueño podía salir del pueblo; la concejala insiste en que ella debía venir a sesionar y mientras esperaba la moto los estudiantes llegan a saludarla y a acompañarla a Majagual para manifestar a las autoridades la situación caótica que padecían.

Alias el Conejo, drogado, envalentonado, con una suficiencia aterradora, la interroga y sin esperar respuesta le dispara a quema ropa. Ligia cae en presencia de la atónita multitud y este hombre guarda su arma, convencido de que ha detenido el levantamiento de la comunidad. Con pasmosa serenidad se sienta a la orilla del camino sobre una tabla que sirve de silla a los caminantes y observa cómo frente al asesinato los marchantes se dispersaron asustados en todas las direcciones. Cuentan algunos testigos que muchos niños y niñas que huyeron despavoridos fueron encontrados en veredas como Ventanilla, Gramalotico, La Unión y Coco Solo, que quedaban a cinco kilómetros de San Roque.

Algún rescoldo de lucidez existía entre los asesinos, porque el comandante del Bloque Mojama ordenó 20 minutos después del asesinato de Ligia Estella Villamizar Chaves que los compañeros de alias el Conejo lo ajusticiaran.

 Ante el asesinato de alias el Conejo, cuenta la madre de Ligia, “no sabemos de dónde sacamos valor para exigir a los paramilitares una reunión en la plaza y solicitar el retiro inmediato de la casa-campamento que utilizaban en San Roque y dizque avergonzados por el vil asesinato de Ligia deciden trasladarse a la finca Río Mar de la familia Janne”.

Después de estos hechos, la familia Villamizar Chaves todavía trasiega de oficina en oficina del Gobierno tras la búsqueda de justicia y reparación. Al observar cómo cada vez las oficinas estatales se niegan a reparar lo irreparable, concluyen con marcado desencanto que el Gobierno vuelve a asesinar una y otra vez a la concejala Ligia Stella Villamizar Chaves.

* Fragmento de la crónica “Los estragos de ‘el Tigre’ y ‘el Conejo’”, publicado en el libro “Nosotros no iniciamos el fuego”, editado por Mincultura y la ONG Ecoemprender.

 

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