La cifra es diciente: el índice de aprobación de Jorge Iván Ospina, el alcalde de Cali, está en un raquítico 32 %, una de las peores cifras entre los alcaldes de las grandes ciudades del país. A Ospina le critican que Juan Carlos Abadía, el exgobernador del Valle destituido por indebida participación en política, tendría puestos e influencia en la administración municipal; que, sin cargo oficial alguno, Mauricio Ospina, hermano del alcalde, maneje hilos gruesos del gobierno de la ciudad, lo que ha originado el triste comentario de que Jorge Iván resultó mejor hermano que alcalde; tampoco cayó bien que se hayan gastado más de $20.000 millones en el alumbrado de diciembre y en la feria virtual de la ciudad, y los $3.000 millones invertidos en publicidad. Para la oposición, fueron gastos inoportunos en tiempos de rebrote y vacas flacas; y lo que es peor, estarían sobrefacturados. Todo esto es un asalto al erario cuyo botín estaría destinado a financiar la campaña al Senado de Mauricio Ospina.
Como carezco de la pericia necesaria para tasar ferias ni alumbrados, y no tengo espías en los pasillos del CAM, solo puedo esperar que el peritazgo de la Universidad Javeriana y las investigaciones de los organismos de control produzcan resultados pronto y los caleños puedan separar los hechos de los rumores.
De todas maneras, tengo opiniones propias sobre el asunto: el alcalde debe deponer su arrogancia y enfrentar a los jueces con transparencia y a la oposición con argumentos y sin rabietas. Aunque los fallos sean favorables, el alcalde y su equipo tienen que hacer un profundo ejercicio de autocrítica y corregir todo lo que requiera ajustes. Es verdad que El País, el Chontico y otros damnificados con el triunfo de Jorge Iván en 2019 lideran una feroz campaña de desprestigio contra la administración municipal, pero también es cierto que algunas acusaciones tienen fundamento.
No soy neutral en esto. Confieso que quiero que los resultados de las investigaciones sean favorables para Ospina. Es un hombre muy valioso porque tiene dos cualidades claves del gobernante, imaginación y sensibilidad social. Sin sensibilidad, un gobernante se limita a rumiar los dogmas de la economía de mercado, algo fatal para una ciudad con los altos niveles de pobreza y desigualdad de Cali. Y sin imaginación, un político es una cometa sin viento, incapaz de volar, de crear sueños capaces de inspirar a los pueblos, de diseñar proyectos aglutinantes, como la Biblioteca Nuevo Latir, el bello centro cultural que ha resignificado la vida de miles de niños y jóvenes del oriente de Cali; o el espléndido bulevar de la avenida Colombia, donde se cuecen amistades y amores, punto de encuentro de caleños y turistas en las tardes, al son de la brisa y del río.
Ojalá Ospina aclare las cosas y corrija el rumbo porque Cali es hoy uno de los tres puntos donde se juega la suerte del país. En 2019 los habitantes de Cali, Bogotá y Medellín, hartos de la mediocridad de la política tradicional, eligieron candidatos de movimientos alternativos. Para que esta tendencia se consolide es necesario que les vaya bien a Daniel Quintero, Jorge Iván Ospina y Claudia López. De lo contrario, la gente se volverá más apática, la abstención aumentará y los mercachifles de la política tendrán allanado el camino. Si les va bien, es muy probable que el color político del país cambie y que empecemos a romper el bucle de sangre y saqueo que es el triste resumen de nuestra historia. Si les va mal, seguiremos en manos de los bárbaros por muchos años más.