Lo divino y lo humano

El cuarto pasajero

Lisandro Duque Naranjo
10 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

El ahora presidente de la República,  Iván Duque, era senador del Centro Democrático en el 2014. Ese mismo año, en febrero, fue el cuarto pasajero de un vuelo que llevó también a Óscar Iván Zuluaga, al hijo de este, David, y a Daniel García Arizabaleta, asesor de Odebrecht en Colombia, a São Paulo, a entrevistarse con el publicista Duda Mendonça, otra ficha de Odebrecht, para contratarlo como publicista de la campaña del candidato Zuluaga.

Pero Duque hizo ese viaje tan largo parece que de pega apenas. O a conocer —quizás una escuela de samba— y ni siquiera se enteró de que quien pagó todo eso —que no aparece en la contabilidad de la campaña— e hizo el cruce para hablar con el publicista brasileño fue Daniel García Arizabaleta, una joyita que había sido echado de Invías por adulterar los documentos para posesionarse como su director, en tiempos de Uribe. El hecho de que Odebrecht fuera alto contratista del Estado, hacía rato, y que por ser empresa extranjera estaba impedida para hacer donativos a candidatos de acá debió poner mosca a Duque. Pero no, o sea que el hombre viajó de gancho ciego y ni siquiera preguntó por cuenta de quién corrían los gastos.

Para salvarlo en algo, diría que la primera praxis de su economía naranja en Suramérica la tuvo el actual presidente inspirando a Duda Mendonça en la famosa cuña “La loca de las naranjas”, producto publicitario en el que debutó esa fruta como estrella política en Colombia. A lo mejor Duque hizo ese aporte para justificar su viaje.

El hecho es que cuando, ya acá, y en condición de candidato del Centro Democrático, supo que se venía encima el escándalo de Odebrecht, corrió, para curarse en salud, a poner un inane derecho de petición contra esa empresa en la Superintendencia de Industria y Comercio. Y zafa. Un poco tarde, pero en este país, para gentes como él, siempre es temprano. No por eso deja de ocurrirle como presidente lo mismo: que cuando nombra a alguien cae en cuenta de que no debió haberlo hecho y lo nombra en otra parte. Y también le ocurre con otros a quienes nombra para altos cargos: que después de aceptarlos, caen en cuenta de que no podían hacerlo. Parece un destino eso.

No resisto la tentación de comparar la conducta de Duque con la que ha mostrado Gustavo Petro a propósito del video al que le hizo premier Paloma Valencia en el Senado, en el que se lo ve recibiendo una cuantía en efectivo de parte de un amigo. Simbólicamente la escena remite a dineros inconfesables, razón por la que el excandidato de la Colombia Humana, herido en su reputación, ha mostrado el video completo y con sonido, a diferencia del que se exhibió en el Congreso, que estaba mutilado. También ha hecho un relato prolijo en el que demuestra que, además de tratarse de una cifra exigua, es de origen comprobado. Y para extirpar cualquier duda, ha marchado con gran acompañamiento a la CSJ a exigir que se lo investigue cuanto antes.

La sola indignación de Petro, la urgencia con que ha enfrentado el escándalo y la rabia con su propia ingenuidad por haber “dado papaya” —de la que ya había dado pruebas cuando votó por el procurador aquel y, más recientemente, por haberle dicho a Uribe “voy a creer en su palabra”— deberían bastar para confiar en su inocencia. Yo, por lo menos, creo en ella desde la sesión en que se mostró el video en su versión muda.

Mientras tanto, el fiscal sigue ahí.

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