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El debate sobre el mito fundacional

Luis I. Sandoval M.
19 de agosto de 2014 - 04:38 a. m.

He seguido con interés el rico debate entre los destacados columnistas Mauricio García Villegas de El Espectador y Eduardo Posada Carbó de El Tiempo.

Otros analistas han intervenido refiriéndose a nuevos tópicos en relación con si Colombia tuvo, tiene o tendrá un mito fundacional. La pertinencia de este debate tiene que ver con el hecho de que el país está a punto de superar mediante el recurso del diálogo - que es el recurso primigenio de la política – una de las constantes endémicas de nuestra historia republicana: la violencia política.  

Yo diría que estamos a punto de salir de la Patria Boba, que ella no se reduce a los años inmediatamente siguientes al 20 de julio de 1810, sino que ha persistido durante los 204 años de vida independiente de la metrópoli española. Patria Boba existe cuando un país no logra una identidad básica y no consolida instituciones con capacidad de trámite de diferencias fundamentales. Eso nos ha pasado a nosotros. No hemos tenido, no tenemos, un acuerdo duradero sobre lo fundamental. De ahí la violencia política que ha significado la presencia de rebeldes políticos en casi todos los momentos de nuestra historia. 

Claro que carecemos de mito fundacional, a pesar de nuestro apego a las libertades formales del paradigma liberal, y a nuestra larga tradición institucionalista que nos constituye en la primera democracia de América Latina porque practicamos el rito electoral de manera inexorable, con sujeción a los períodos de ley, y los golpes de Estado han sido exóticos en nuestro suelo.

Mito fundacional es un referente básico que cohesiona una nación y la hace viable: puede ser un concepto, un personaje, un hecho, una tragedia o una gesta heroica. Nace en el pasado pero tiene capacidad para ser efectivo en el presente y alimentar una visión de futuro. El mismo Libertador Simón Bolívar llamó la atención de que nos habíamos independizado pero no habíamos cambiado el modo de ser de una sociedad cargada de desigualdades, privilegios y contradicciones. “Cada colombiano es una república” sentenció en su última proclama (Lynch, 1977).

De muchas cosas admirables podemos ufanarnos y enorgullecernos colombianos y colombianas, pero seguimos siendo un pueblo fragmentado, que lleva con inusitada frecuencia sus diferencias hasta el enfrentamiento extremo y la muerte del diferente o contradictor. Necesitamos un mito fundacional en clave de siglo XXI que nos articule en el presente y nos proyecte a futuro.

Si la política logra imponerse a la violencia en la circunstancia de la paz, quizá ello active las potencialidades recónditas de la autopoiesis (autocreación) de la sociedad, rescatemos lo mejor de nuestro pasado y proyectemos un imaginario de país convivente, democrático, justo y digno. Las elites políticas cuya estirpe se remonta a los apellidos aristocráticos de la Colonia, y que luego pasaron a ser los gobernantes en la vida republicana, defienden que lo que han hecho durante dos centurias está bien hecho y que es legítimo y de toda conveniencia que sigan gobernando.

El pueblo raso, la mayoría, que ha padecido largamente ese elitismo discriminatorio incorregible en la economía, la política y la cultura, tiene derecho a hacer otra lectura de la historia y a proyectar un imaginario emancipatorio e integrador. La epifanía de la paz sí es una oportunidad propicia para acceder a la “nación como comunidad política imaginada” (Anderson, 1983). Colombia no solo está cerrando cinco décadas de atroz conflicto interno, sino que está rehaciendo su proyecto de vida colectivo, está ampliando su pacto fundante y de ello puede derivarse que, por fin, tenga un mito fundacional duradero.

lucho_sando@yahoo.es / @luisisandoval

 

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