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El del río Mira, ¿desastre natural?

Jaime Arocha
26 de febrero de 2009 - 04:00 a. m.

CON RESPECTO A LA TRAGEDIA QUE les ha tocado vivir a los pobladores de Tumaco y las orillas del río Mira, la socióloga Leidy Angulo Marínez, defensora comunitaria de la costa nariñense, me escribe que “[…] las veredas que visitamos ya no existen; algunas de las personas que usted conoció murieron y otras se encuentran seriamente  heridas.

¿Recuerda a Tulmo? de esta vereda sólo quedaron dos casas de material en pie”. En otro mensaje añade que de ese desastre natural dependen 325.000 personas damnificadas, 642 viviendas destruidas, 10 cadáveres y al menos 25 personas desaparecidas. En ésta y la próxima columna argumentaré que las causas de esa tragedia son tan humanas como las de la perversa y condenable masacre de los indígenas Awá a manos de un frente de las Farc-ep.

Leidy y miembros del Consejo Comunitario del Alto Mira y Frontera fueron co-investigadores, junto a Lina del Mar Moreno y yo, dentro de las labores etnográficas de terreno que fundamentaron la exposición Velorios y Santos Vivos que el Museo Nacional abrió entre agosto 21 y noviembre 3 de 2008. En aquel recorrido de julio de 2007, no sólo documentábamos cómo los afronariñenses se relacionaban con sus ancestros, sino cómo la modernización atropellaba sus modos de vida y ritos mortuorios.

Con respecto a esas perturbaciones recientes, nuestros registros fotográficos abundan en las retro-excavadoras y volquetas de doble troque metidas día y noche en el lecho del río Mira extrayendo y cargando arena y cascajo para levantar las viviendas lujosas que pululaban en Tumaco y sus alrededores por efecto de nuevos capitales cuyo poder ya era inocultable. Una segunda serie de fotos es de suelos desnudos sobre los cuales se yerguen aquellas filas interminables de palma aceitera, la intervención humana más significativa en la región, la cual reemplaza la selva frondosa que salvaguardaba las riberas. Nos impresionó cómo helechos, líquenes y orquídeas crecían con una belleza excepcional, aferrándose al tronco de las palmeras, como si estuvieran dejando esa especie de  constancia que hoy cobra sentido cuando celebramos los 200 años del nacimiento de Charles Darwin: dentro de los procesos evolutivos, la diversidad de especies es la única garantía de que sobrevivan plantas, animales y personas. Del mismo modo, nos impactó que —con un ahínco aun más decidido que el de la naturaleza— los empresarios programaran a sus trabajadores para que acaben con esa variedad de matas que crece con las palmas, ya sea fumigándolas con herbicidas o arrancándoles a los troncos bromelias y otras “parásitas”.

Cuando regresábamos en la canoa del Consejo comunitario, Lina y yo nos pusimos a repasar las fotos que habíamos tomado. Como nos reforzaban la angustia que nos había producido ese escenario, ella me preguntó: “Profe, ¿cómo irá a ser la venganza de la naturaleza?”

La respuesta fue lo ocurrido el 16 de febrero de 2009: la biodiversidad de las selvas súper húmedas del Pacífico actúa como una esponja. Consiste en la respuesta evolutiva lógica dentro de unos de los paisajes más húmedos del planeta. Si alguien quita la infinidad de plantas y árboles que chupan el agua, y además extermina la “maleza” del suelo, las aguas corren, pero ya no lo pueden hacer por el cauce normal de río, porque las retroexcavadoras y las volquetas se han encargado de cambiar el curso y la velocidad del flujo, sin que sus dueños o los propietarios de las plantaciones se hagan responsables por el destino de la gente que vive en aldeas ribereñas que —como en Tulmo— fue afectada de manera irreversible e irreparable.

Para mí ha sido imposible disociar la tragedia de los ríos Mira, Telembí, Nulpe y Mataje del mensaje que nos ofrece el artículo central de la revista Cambio distribuida tres días después de la trágica inundación. Es sobre los nuevos gurús de la economía colombiana, graduados todos de la Universidad de los Andes, con doctorados de las más prestigiosas universidades del Atlántico norte. Cada uno de ellos les contestó a los editores qué alternativas veía frente a la crisis económica que, desde hace dos años, los Estados Unidos irrigan para todo el mundo, cuando los ciudadanos corrientes de ese país comenzaron a perder sus casas debido a la forma como empresarios de trayectorias académicas comparables a las de los entrevistados manipularon el mercado hipotecario. En ninguna de las respuestas que ofrecieron hay objeciones al sistema económico causante la hecatombe, ni a los programas académicos que han contribuido a crearlo y perpetuarlo. Eso sí, todos coincidieron en que hay que defender el empleo. Incluso, apoyando esa noción, uno de ellos alabó el programa Familias en Acción, aquel pilar de la seguridad democrática que debilita los consejos comunitarios responsables de la titulación colectiva de los territorios de las comunidades negras, según el consenso que siguen expresando los dirigentes de las organizaciones tanto de esa zona afectada, como de Guapi y Timbiquí.

Con seguridad, los economistas aplaudidos por Cambio se han referido a los empleos directos e indirectos que generan las plantaciones de palma, pero ¿a qué costos? Uno es el de la naturaleza, como ya lo expliqué. Dentro de quince días aproximaré el que depende de la pérdida de los sistemas de producción sostenible desarrollados por gente que ha valorado su autonomía étnica, como la de Tulmo o la Awá.

* Grupo de Estudios AfrocolombianosCentro de Estudios SocialesFacultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia.

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