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El derecho a soñar

Rodolfo Arango
25 de septiembre de 2008 - 01:27 a. m.

LOS COLOMBIANOS TENEMOS DErecho a soñar. A imaginarnos una sociedad futura diferente a la actual. Una donde la pobreza y la miseria no aumenten sino disminuyan.

Donde las diferencias económicas entre los ciudadanos no sean abismales. En la cual no existan cortadores de caña con salarios de hambre mientras los empresarios del etanol reciben subvenciones estatales. Donde los niños no trabajen o mueran de hambre, ni los estudiantes tengan que ocupar los peores puestos en las pruebas internacionales. Nos merecemos una política social digna, cuya prioridad no sea la guerra ni la entrega de las riquezas naturales a empresas extranjeras. Tenemos derecho a construir una comunidad que reemplace a los agentes de seguridad por educadores; a militares y policías en exceso por técnicos, ingenieros y jueces; a especuladores por productores. Nuestra sociedad será viable cuando no sólo nos preocupen las cifras económicas —sin duda importantes— sino también la equidad social; cuando, además del crecimiento de la riqueza, preocupe la disminución del sufrimiento humano; cuando no sólo interese el aumento del PIB sino se adopte un Índice de Derechos Sociales (IDS) para medir su realización efectiva.

Hace cerca de dos siglos, Hegel puso de presente la estrecha relación entre pobreza y ausencia de Estado de derecho. En el parágrafo 244 de su Filosofía del Derecho advirtió: “La caída de una gran masa por debajo de cierto nivel mínimo de subsistencia (…) y la pérdida consiguiente del sentimiento del derecho, de lo jurídico y del honor de existir por su propia actividad y trabajo, llevan al surgimiento de la plebe, que por su parte proporciona la mayor facilidad para que se concentren en pocas manos riquezas desproporcionadas” (Ed. Suramericana, Buenos Aires, 2ª Edición, 2004, p. 219). Es sorprendente la actualidad de la reflexión del filósofo. Sin el aseguramiento de la subsistencia básica a todos, no es posible que fructifique el respeto a la ley y a las instituciones públicas. Pero la satisfacción de las necesidades no puede hacerse de cualquier forma, por ejemplo mediante un Estado de bienestar asistencialista y paquidérmico. Es necesario garantizar a cada persona la posibilidad de existir gracias a su actividad y trabajo. El derecho más fundamental en una sociedad libre es el derecho a un trabajo digno.

El aumento de la pobreza refuerza la concentración de la riqueza en pocas manos. No sobra recordar que el concepto de la plebe surge en Roma en contraste con los patricios, para identificar a esa parte del pueblo carente de derechos civiles y marginada de los beneficios del progreso. La plebe se asocia a la pobreza. Aparece, según Hegel, por la íntima indignación contra los ricos, contra la sociedad y contra el gobierno. La carencia de lo necesario para subsistir adquiere la forma de la injusticia. Frente a esta realidad, no hay política de seguridad democrática que valga. Más realista y saludable para el país es una política de democracia segura, que presupone una democracia social en la que se realizan los derechos sociales.

También cabe señalar que no hay una relación necesaria entre pobreza y violencia. Pero no podemos negar que existe un vínculo estrecho entre pobreza, indignación, injusticia y apatía política. La admirable estabilidad política de una Europa democrática e inclusiva no habría sido posible sin la expansión de la clase media, del desmonte de los privilegios y de la universalidad de la seguridad social. La dignidad humana no sólo debe soñarse, sino respirarse. Tampoco bastan los recursos; se requiere el imaginario. Mientras no realicemos las reformas sociales pendientes y transformemos la realidad cultural actual, no tendremos las condiciones necesarias para garantizar una sociedad pacífica a nuestros descendientes.

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