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El derrotero de la Organización de Estados Americanos

Arlene B. Tickner
04 de junio de 2008 - 02:28 a. m.

El aniversario 60 de la OEA constituye un buen momento para reflexionar sobre los desafíos de esta institución.   Aunque el tema oficial de la Asamblea General, juventud y valores democráticos, fue opacado por asuntos más “apremiantes”, la situación de los jóvenes en América Latina y el Caribe es crítica.

Según entidades como Unicef, PNUD y el Banco Mundial, la región es de las más pobres, desiguales y violentas del mundo y la población juvenil es la más vulnerable. Ésta experimenta tasas de pobreza, homicidio, infección de VIH-sida y drogadicción mayores que el promedio. La falta de oportunidades explica, por otro lado, la explosión de pandillas juveniles y su participación en actividades como el narcotráfico.

El vía crucis de las juventudes es producto de un conjunto de problemas endémicos que comparten los países del continente. Además de los señalados, la incapacidad de los Estados de satisfacer las demandas populares, el deterioro de las instituciones democráticas, la corrupción y el aumento del crimen y la inseguridad ciudadana. También alberga una red extensa de actividades criminales transnacionales relacionadas no sólo con las drogas ilícitas y el tráfico de armas, sino con el tráfico humano. 

A pesar de lo anterior, el desarrollo de una agenda común en temas como el fortalecimiento institucional, la pobreza, el crimen y la violencia, y el tráfico de drogas, armas y personas sigue siendo una meta inalcanzable. La OEA no está preparada para manejarlos y carece de recursos financieros.

  La voluntad política de los Estados miembros para fortalecerla es tibia y no hay consenso sobre sus prioridades políticas ni las estrategias idóneas para realizarlas. El hecho de que muchos de los problemas más apremiantes sean de carácter doméstico constituye una barrera adicional a la acción multilateral, dado el valor asignado a los principios de la soberanía y la no intervención. 

Además de la falta de confianza en la capacidad de la OEA para cumplir con un mandato más amplio, muchos temen por la injerencia estadounidense en sus decisiones. La hostilidad abierta que existe entre las administraciones de Bush y Chávez —que se confirmó en Medellín— y los esfuerzos de ambos por alinear a los gobiernos regionales detrás de su respectivo liderazgo ha erosionado aún más la credibilidad institucional.

La gestión de la Organización en casos como el conflicto colombo-ecuatoriano y la crisis interna de Bolivia dará pistas sobre sus posibilidades de fortalecimiento. La solicitud de Ecuador y la aceptación de Colombia de que la OEA evalúe los contenidos de los computadores de Raúl Reyes constituyen una prueba de fuego crucial. La actitud asumida por Estados Unidos y Venezuela también será determinante, dado el poder de influencia de ambos. En lo que respecta al gobierno Uribe, difícilmente se cumplirá su llamado a formar una “gran alianza” para derrotar la violencia hasta que no abandone su discurso antiterrorista, el cual no tiene resonancia en la región y lo hace ver como títere de Washington.

(*) Profesora Titular, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.

 

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