El desajuste

Jorge Iván Cuervo R.
27 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Hubiera querido hablar de un libro, por ejemplo, Catalina, de Elisa Mujica; o de un disco, Thanks for the dance, el álbum póstumo de Leonard Cohen; o de alguna buena película, Monos, una suerte de Apocalypse Now a la colombiana; pero las circunstancias ameritan y exigen hablar de lo que fue el convulsionado año que termina, no solo en Colombia sino en otras partes del mundo donde la sociedad civil salió a las calles a desafiar el orden político y económico predominante.

En cada país el hecho detonante fue diferente, la magnitud y mensaje de las manifestaciones son disímiles en cada caso, pero hay algunos elementos comunes que es necesario identificar para empezar a armar este rompecabezas del surgimiento de un nuevo orden mundial y distintos órdenes locales. El primero factor común es el protagonismo de los jóvenes en las calles, de una generación que se dice no tiene nada que perder pero que ha cambiado la agenda política con temas como el medio ambiente, el cuidado animal, las reivindicaciones de género, la reafirmación de la agenda feminista con mensajes tan poderosos como el del violador eres tú. Lo político ya no puede entenderse sino se suma a las viejas deudas – desigualdad, falta de representatividad de los sistemas políticos- estas nuevas reivindicaciones.

Otro factor común es la diversidad de demandas sociales que expresan esas manifestaciones, que ya no pueden ser tramitadas de la manera tradicional, algo que se ha visto en Colombia donde el movimiento del 21N ha trascendido y desbordado la agenda de negociación Estado-capital-trabajo, y que ha servido de pretexto a muchos para relativizar la importancia de lo que pasa en Colombia, una sociedad generalmente resignada que se ha sacudido y ha entendido el poder de la calle, sin miedo y ya sin el temor de ser estigmatizados como cajas de resonancia de la subversión armada, argumento con el cual se sofocó la protesta social en Colombia, y de lo cual aún quedan vestigios, a juzgar por la manera como el establecimiento político ha usado la fuerza para enfrentarla.

También hay un cansancio con la corrupción, con el rol de la clase política legislando y gobernando para la defensa de privilegios de unos pocos, con el estancamiento de las clases medias en su bienestar con ingresos que no alcanzan para solventar lo que en la letra son derechos, pero que en la realidad son servicios que hay que pagar, como la educación o la salud, cuya calidad depende de la capacidad de pago.

Todo esto puede interpretarse como una insuficiencia de lo político para dar cuenta de lo social, fenómeno que va más allá un déficit democrático o de una crisis de representatividad, por eso las respuestas tradicionales tampoco servirán para detener esta nueva ola de protestas sociales. Estas sociedades en tiempos de redes sociales han entendido que el Estado no es la síntesis de la sociedad civil, como señalaba Hegel, y que el Estado se ha independizado de esa sociedad, mal gobierna en su nombre y, ese sentido, estamos más en un momento de la sociedad contra el Estado, a la manera de Clastres.

En el caso colombiano, luego del acuerdo con las Farc, muchos sectores sociales se sienten con el poder de pedir lo que se les había negado por la existencia-excusa del conflicto armado, lo mínimo: un Estado que funcione, uno que promueva la prosperidad general (artículo 2 de la Constitución), y no la de unos pocos; que la vida esté protegida – el homicidio de cientos de líderes sociales nos indican que esto no ha sido posible-, que los jóvenes puedan soñar con un futuro, que los grupos vulnerables sientan que hacen parte de un pacto de solidaridad y no uno de exclusión.

El gobierno de Duque no ha entendido lo que pasa porque representa un antiguo régimen que hará lo que sea necesario para preservar esos privilegios. Queda la democracia y las calles para hacerle entender.

¡Feliz año!

@cuervoji

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