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El día en que por fin hablaron

Arturo Guerrero
05 de julio de 2015 - 04:03 a. m.

¨Si nuestros mensajes pudieran ser transmitidos por la palabra, no los habríamos enviado a través de aviones¨: así razonó Osama Bin Laden cuando derribó las Torres Gemelas. Como toda ocurrencia desproporcionada, esta no deja de encerrar alguna forma de verdad. Así operan también las caricaturas: exageran rasgos para identificar peculiaridades protuberantes.

Bin Laden filosofa como representante de excluidos y parias. En su caso, es voz de un modelo de Islam frente a Occidente. Si alguien lo hubiera escuchado, si la primera potencia planetaria tramitara sus reclamos de varios siglos, Nueva York no habría alterado su arquitectura erguida.

Los parias más incómodos de Colombia son las Farc. Como son duchos en armas, abren más heridas que los innumerables parias de la pobreza. Por más de medio siglo se construyó en torno de ellos la imagen del enemigo. Imagen aborrecible que estas fuerzas se encargan de espesar mediante formas de lucha en contravía de sus ideales originarios.

Surgieron de la tierra, entre montañas y páramos, gallinas y cerdos, mulas y cancharina. Viento y lluvia fueron sus profesores de habla. Uno o dos siglos aletargados los separan de ciudades donde el XXI es máquina desaforada. La rudeza de su destino les hizo creer que bombas, cilindros, balas o secuestros son palabras. Década tras década hablaron sin hablar, consiguiendo que además de nadie entenderlos, muchos los odiaran.

Cuando hace tres años, cautos, se acercaron a enésimas negociaciones, los guerrilleros balbucearon cantinelas bolcheviques, semanales prédicas soviéticas. En comunicados insufribles ensayaron desatar su lengua. Pero la tenían lastrada de dogma. Dieron ocasión para que de ellos se escarneciera con caricatura en los altisonantes medios informativos.

En estos días las Farc dieron en el ingenio de sacar a luz a su asesor jurídico, un puntilloso profesional español de voz terminante e inteligencia impetuosa. Enrique Santiago desmigajó una por una las razones de los insurgentes, con apego de relojero a los engranajes de la Constitución y del derecho internacional. Dio noticias, chivas, puso sobre la mesa responsabilidades compartidas, abrió vías inéditas de justicia.

Por fin la anciana guerrilla se comunicaba en idioma contemporáneo. ¿Qué sucedió? Que los periodistas, en especial de radio, en especial mujeres, no supieron o no quisieron leerlo. Al primero o segundo asomo de desacuerdo, le cortaban palabra. Las contrapreguntas, puntal agudo de toda entrevista, se convertían en celada, acusación, plantación de sospecha.

La prensa usurpó dos representaciones. De modo expreso hizo alarde de su pensamiento como si fuera el de todos los colombianos. Y por debajo de cuerda asumió en su interrogatorio la perspectiva de la porción mas retardataria de esta sociedad, la que a diario descarga barro contra las conversaciones en La Habana.

Quiera Alá, quiera Bin Laden, que los mensajes de esta tierra católica no demanden más aviones para expresarse.

 

arturoguerreror@gmail.com
 

 

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