El dilema de Robledo

Andrés Hoyos
27 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

He sostenido aquí mismo polémicas cáusticas con el senador Jorge Enrique Robledo. Esta columna, en contraste, se escribe pensando en la coalición de centro o centro izquierda que se cocina para las elecciones de 2018 y en la que Robledo participa. Sería bueno que esta alianza pasara a segunda vuelta, dígase con Sergio Fajardo, Claudia López o incluso Humberto de la Calle como candidatos. Yo consideraría votar por ellos. Antes, sin embargo, deben resolver el dilema de Robledo.

El senador emblemático del Polo tiene virtudes que muchos le reconocen. Es inteligente, preparado, laborioso, honesto y elocuente. Todas ellas, no obstante, se ven anuladas por un dogmatismo viejo, una infalibilidad tenaz y una reticencia a cambiar de puntos de vista pase lo que pase. Sospecho que la última vez que Robledo modificó en algo sus ideas fue a fines de los años 70, tras la muerte de Mao y, tal vez, después de la caída del Muro de Berlín en 1989. Derrumbado todo lo que entonces se derrumbó, supongo que le resultó imposible seguir siendo el maoísta cerrado que había sido bajo la égida de Francisco Mosquera, el fundador del Moir. Hechos los ajustes que presumo, Robledo volvió a cerrarse a la banda. Raro criterio ese que consiste en permitirle al joven que uno fue imponerle la doctrina al hombre maduro de 50, 60 o 70 años que uno llega a ser.

Grosso modo, Robledo piensa que los tratados de libre comercio son lo peor que le ha pasado a Colombia desde la Independencia (así lo afirmó) y defiende un estatismo a ultranza, que más que de izquierda es de izquierda antigua. Ninguna de las dos cosas vuela, digamos, en los países escandinavos, mucho más igualitarios y prósperos que Colombia. Robledo piensa que los trabajadores estatales, en cuyos sindicatos el Moir tiene gran influencia, deben beneficiarse por encima del resto de los ciudadanos. Robledo también defiende un gasto público abundante, sin definir con claridad de dónde han de salir los recursos para financiarlo. Esto último es normal, pues son los gobiernos los que deben alimentar el erario, mientras la oposición prefiere hablar del gasto. Robledo nunca, que yo sepa, ha sido claro en materia tributaria, salvo para criticar. También ha sido gran crítico de la inversión extranjera en el país. La multinacional que a él le gusta no existe.

Ahora bien, si Robledo insiste en imponer sus dogmas en el programa, surgen dos perspectivas: 1) sale de la alianza; 2) lo admiten y la alianza se hunde por proponer un programa inviable. Los énfasis de Robledo solo predominarían si él gana las consultas y se vuelve el candidato de la alianza, en cuyo caso la perspectiva de nuevo es que se hunda y muchos no votemos por ella. Sea de ello lo que fuere, la posición negociadora de Robledo es estrecha, porque si al final no entra a la alianza, se quedaría con el pecado y sin el género. Una lista parlamentaria del Polo sin él podría no llegar al umbral, como dijo Antonio Caballero, y a menos que gane la Presidencia —opción en extremo improbable— Robledo saldría del Senado en 2018 para quizá retomar su carrera de profesor universitario.

Robledo no es tonto y sabe todo lo anterior. ¿Aceptará un programa mínimo que está muy lejos de sus viejas ideas inamovibles? Pronto lo sabremos. No estoy seguro de que Robledo sume más votos de los que resta, pero en todo caso me parecería un error imperdonable que la alianza abandonara el centro político.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

 

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