El Dios de la "Señorita María"

Beatriz Vanegas Athías
12 de diciembre de 2017 - 02:00 a. m.

La “Señorita María” es la segunda película del director colombiano Rubén Mendoza. Como sucede con los poemas que atraviesan a su lector, acostumbramos a quedarnos para siempre con un verso que nos ayuda a vivir o a entender los caminos que hemos decidido transitar. En el caso del primer filme de Rubén Mendoza “La sociedad del semáforo”, nunca olvido la imagen –como un verso-de uno de los habitantes de la calle que vive en una invasión o asentamiento humano como llaman en tiempos de mentiras a esos inframundos.  El hombre entra a su remedo de vivienda y acto seguido se sacude la mugre de los zapatos con un rústico tapete de lata que tiene impreso el rostro de Uribe o de Santos-no recuerdo bien, aunque para el caso es lo mismo-.  Por esa imagen ya la película se convierte en un objeto poético que condensa la identidad de nuestras dinámicas políticas.

Así pues, que una sola metáfora puede contar o configurar toda una historia de contradicciones humanas: fíjense bien en el arco iris que cubre la figura de la Señorita María en uno de sus elementales y profundos monólogos - “La Señorita María” es el segundo filme del director colombiano-  fíjense bien que Dios es una construcción cultural ya que para ella no es castigador ni homofóbico. Por eso ese simbólico arco iris es una aureola santa que bendice a la purísima Señorita María. Vayan a cine para que vean el rostro de un Dios libre de culpas y de taras.

Porque cada comunidad crece replicando las miradas con las que les enseñan a ver, por eso existen tantos dioses como culturas. Y la cultura, nos enseña el señor Freud, es la suma de producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales.  La cultura, nos lega Freud, regula las relaciones de los hombres entre sí. Pero las creencias religiosas que nos correspondió vivir a los colombianos nos ha hecho, por el contrario, más temerosos, llenos de culpa, prejuiciosos, pacatos, defensores hasta el crimen de lo homogéneo y excluyentes de lo diferente.

Pero este contundente poema fílmico se encarga de desmontar todos los dispositivos emocionales construidos por la religión católica para anular a quien no encaja dentro de sus cadenas. Así, desde el nombre escogido (ojo, no asignado) por María –la madre de Dios- la paradoja se hace presente pues la fealdad y el color negro de María también son puros, piensa ella.  Pasando por la banda sonora, en clara reminiscencia de las marchas de las procesiones de pueblo, pues eso es la vida de la Señorita María: un peregrinar hasta encontrarse, aunque los otros la estigmaticen por su decisión de ser lo que se siente: una mujer que adora las faldas y detesta los pantalones. Un peregrinar hasta hacerse visible pese a la montaña que insiste en tragársela y a la leyenda rural que insiste en patologizar su origen.

La Señorita María nos brinda un Dios que la sostiene, que no la juzga, a quien le reza y de quien espera que un día le brinde la oportunidad de tener un hijo. Entiende una leyendo este poema fílmico que Dios ha sido monopolizado por unos mercaderes.  Entiende uno ahora, porqué tanto amigo trans y homosexual, confía absolutamente en el Dios construido a su medida.

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