En respuesta al editorial del 20 de septiembre de 2020, titulado “Hablemos de estatuas y lo que queremos exaltar”.
Las estatuas las erigen principalmente los vencedores con su versión y razón de los hechos. Por eso, juicios históricos posteriores deben ser ponderados. No se pueden adelantar procedimientos ignorantes, con evidencia parcial basada en emociones y en circunstancias y culturas nuevas resultantes de la evolución histórica, acomodados a causas presentes.
Equiparar así el dolor de generaciones siguientes con el de las que padecieron atropellos, crueldad y la derrota en otra época es un insulto a las anteriores y un aprovechamiento irrespetuoso de un pretendido dolor heredado para sazonar un interés actual y distinto.
Lo hecho, hecho está, y no se remedia con venganzas ni reivindicaciones basadas en violencia, desorden y en la incitación pasional a odios y subjetividades ignorantes e irracionales.
De manera previa a cualquier reivindicación histórica con efectos concretos en la realidad posterior, se requiere de diálogo debidamente acompañado y moderado. Tanto de parte de convocantes como de receptores debe existir un ánimo genuino y legítimo de revisión de hechos históricos frente a la realidad actual, del cual surjan actos simbólicos constructivos tendientes a ilustrar mejor y, más que a juzgar y condenar, a valorar sucesos, conductas, personajes, legados e impactos positivos y negativos en la historia posterior y en el momento en que se propicia la posible reivindicación, para no repetir errores e injusticias.
De hecho, en buena medida, de eso es de lo que se trata la política. De la destrucción histérica y violenta de cualquier cosa nunca saldrá nada positivo. Los protagonistas de estos actos lo más probable es que sean marionetas de otros a quienes ningún dolor —ni el antiguo ni el nuevo— les interesa. Las venganzas personales en contra de quienes puedan haber infligido cualquier dolor a otros solo convierten a los detractores en nuevos verdugos de antiguos agresores, con los que lejos de diferenciarse se les equipara.
No se nos puede olvidar que, gústenos o no, y no se diga con los inequívocos espacios de evolución que siempre resultarán viables en una verdadera democracia, hay unas reglas de convivencia que no se pueden irrespetar. Esto solo lo hacen y lo promueven a quienes les convenga el caos para sus intereses innobles.
Seguir las normas y canales de comunicación, discusión y cambio, aun sacrificando la ansiedad por resultados rápidos, es la única forma como podemos garantizar la efectividad de derechos en sociedad.
Por más grande que sea un dolor pasado, difícilmente puede prevalecer ante la necesidad de asegurar hoy y siempre una institucionalidad colectiva. “La debida administración de justicia es el pilar más firme del buen gobierno”, le dijo en 1789 George Washington al primer fiscal general de los Estados Unidos, Edmund Randolph, y por ahí es donde deberíamos empezar en este país para poder dialogar, discutir y evolucionar.
Todo lo que se erija después de destrozar por mano propia será destrozado luego por alguien más de la misma manera. A eso no se puede invitar, e invitaciones así no se pueden aceptar ni recomendar.