El enemigo oculto

Aura Lucía Mera
25 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

No, no voy a hablar de las emboscadas del Eln, ni de las células mamertas que se cuelan en las empresas, ni las trizas en que están convirtiendo el proceso de paz, ni de las fauces de víbora envenenada de la Dávila, ahora convertida en superestrella y vocera de la verdad revelada, escrita, hablada y gritada.

Tampoco me refiero a la escopolamina en los centros comerciales, ni las pegatinas con fetanil en los parabrisas de los carros, ni las amenazas de los taxistas con paralizar el país si regresa Uber, ni los atracos a mano armada en los semáforos, ni de las balas perdidas de las vendettas entre narcos, ni siquiera del coronavirus camuflado en los barcos cargueros. No, el enemigo oculto está en otra parte.

El enemigo oculto no se esconde. Convivimos a diario con él. Está quieto y permanece siempre a nuestro lado. Salta cuando menos lo esperamos.

El enemigo oculto es nuestra propia casa. La ducha, las alfombras, las esquinas de las mesas, los ventanales, las ollas pitadoras y las que no pitan, pero están hirviendo, el hielo que se cae del congelador, el jabón, los enchufes, los cables de la televisión, los ganchos de ropa en el clóset, las velas prendidas en honor del santo, la pantufla resbalosa, las sábanas descolgadas, las baldosas recién trapeadas con citronella para evitar el dengue.

En especial las duchas. Los constructores, por ahorrarse cuatro pesos, instalan baldosín del barato, de ese que con un poco de agua queda como pista de patinaje en hielo. Cualquier movimiento inesperado conlleva el riesgo de desnuque o contusión cerebral. Apuesto a que toda familia que se respete y se duche a diario ha tenido algún susto debajo de la regadera o tina.

No es necesario llegar a la tercera edad para ser víctima de las duchas, las ventanas, las ollas, las mesas y los tapetes u alfombras “persas”, esas que se ponen en los corredores al pie de la cama para demostrar “estatus”.

Casas, apartamentos, armas mortales ocultas por todas partes. Enemigos ocultos disfrazados de confort. La mayor parte de los accidentes, quemaduras, esguinces, tobillos torcidos, falanges rotas, chichones, tajaduras de piel, sin dejar de lado narices rotas, dientes en el suelo...

Hospitales, centros de salud, puestos de primeros auxilios, unidades de quemados y trauma llenan sus arcas a través de nuestros hogares, de esos enemigos que nos acechan y que al mismo tiempo nos protegen y abrigan, nutren y limpian. Ojo al bañarse, al levantarse de la cama, al cocinar el huevo frito, al abrir el horno, al cruzar el ventanal, al caminar sobre el tapete suelto. Mejor dicho, como diría la Santa Madre Iglesia, santiaguarse al salir de casa, al entrar, al comer y al dormir. Y cuidadito también con caerse de la cama: puede que se quede en el piso hasta que entre alguien a barrer el cuarto.

Posdata. Antes de bañarme y jugarme la vida, me pregunto cuándo tomarán en serio las declaraciones de Aida Merlano y destaparán semejante olla podrida antes de que la manden a matar. Este país da vergüenza. Espero no destutanarme cuando se abra la regadera. ¡Me voy a santiguar!

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