El enredo mental de Petro

Cecilia Orozco Tascón
07 de octubre de 2009 - 01:18 a. m.

PARECE SOSPECHOSO EL ENTUSIASMO de la derecha con Gustavo Petro al que, según se rumora, ha patrocinado recientemente. A los grupos más conservadores del país les cuesta trabajo disimular su satisfacción con los resultados de la consulta interna del Polo.

Esto es coherente con la agenda política de ese sector, en la que se repite el intento torpe de ahogar las manifestaciones democráticas diferentes a las tradicionales. De quien hay que dudar es del camaleónico candidato presidencial polista.

La transformación de Petro me recuerda una propaganda de televisión con la cual se pretendía asustar a los jóvenes que se iniciaban en el consumo de droga. En la primera fotografía se veía a un buenmozo sonriendo; en los cuadros siguientes, la figura del hombre se degradaba hasta llegar a ser casi un monstruo. Petro no ha caído tanto, pero rueda hacia allá a pasos agigantados. No es fácil entender su transformación, pues este congresista exhibió cualidades que no son comunes en el mundo criollo: inteligencia, juicio para investigar, valor y elocuencia para denunciar. Esas características le fueron reconocidas por la opinión y por eso fue seleccionado como el mejor senador del Parlamento, pese al disgusto de los que no veían en él sino a un ex guerrillero.

En los primeros años de la era Uribe, Petro lideró, por ejemplo, el destape del fenómeno del paramilitarismo y sus nexos parapolíticos. Pero de ese ser combativo que despertó odio de clase y resistencia en el poder económico, político y social, queda tan poco que ahora lo alaban. En esto reside, tal vez, la explicación a sus contradicciones: Petro quiere ser aceptado y a fe que lo está logrando. Sólo que lo hace a costa de los principios que pregonó. Un día el candidato del Polo dio la voltereta para aconsejar que la política de seguridad del Presidente  —exitosa en un aspecto, pero la culpable del gran retroceso oficial en materia de derechos humanos— se convierta en política de Estado. El coqueteo a Uribe fue tan obvio que éste creyó necesario rechazarlo. Otro día Petro se alió con un grupillo insano para elegir a un comisionado de televisión. Votó con la coalición uribista la cuestionada Ley de Garantías que aseguraba billete para los partidos, no para los desamparados. Y su broche de oro fue la palanca que hizo con el uribismo y con seis de sus colegas del Polo, para elegir al ultraderechista Procurador, cuya misión a favor del aparato gubernamental y de la parapolítica es, a estas alturas, innegable.

Como candidato, lo primero que propuso fue cocinar un sancocho de candidaturas con la derecha y el centro, mientras segregaba a sus copartidarios por excesivamente izquierdistas. Por un lado Petro declara que “el acuerdo no es contra Uribe”, y en seguida destaca que “detrás del discurso (presidencial) hay un principio fascista”. Espolea al ala “clientelista” del Polo que no estaba con su candidatura, pero no aclara por qué esos mismos personajes eran sus amigos cuando lo acompañaron a elegir a Ordóñez. Mucho menos nos indica si el clientelismo anapista del que ha renegado, feneció durante su reunión con el alcalde a quien le propuso aliarse con él en días pasados.

El éxito de Petro avanza con sus mensajes de tranquilidad al establecimiento. Mientras tanto desconoce, prepotente, el factor real de representación polista de 12 parlamentarios —de 18— que no estuvieron de acuerdo con su aspiración presidencial. Tierra arrasada para los suyos, lambonería para sus enemigos que lo utilizarán, ni tontos que fueran, pero nunca lo considerarán como uno de sus elegibles.

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