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El espejo de loque somos

Arlene B. Tickner
18 de febrero de 2009 - 01:04 a. m.

Las elecciones en Venezuela, que pondrán fin a los límites sobre la reelección del presidente Chávez y otros funcionarios públicos, son un reflejo preocupante  de la cultura política que  prevalece en muchos países de América Latina y especialmente en Colombia.

Es difícil de entender por qué muchos aquí se escandalizan ante la muy probable perpetuación de Chávez en el poder, mientras que no baten el ojo cuando hablan de la necesidad de introducir otro articulito a la Constitución para reelegir por segunda vez a Álvaro Uribe.

¿Cómo es que lo uno se tilda de dictatorial y lo otro se atribuye a la voluntad libre y democrática de los colombianos? Quiérase o no reconocerlo, hay un paralelismo entre el estilo de liderazgo de los dos mandatarios que es difícil de evadir. Según Chávez, el triunfo en el referendo –que fue leve y no abrumador– es un mandato para intensificar su agenda socialista. En Colombia, y de forma similar, se ha vuelto común el argumento de que sin el presidente Uribe los logros de la política de seguridad democrática pueden perderse.

En  ambos casos, los jefes de Estado proyectan la idea de que ellos encarnan la voluntad popular y que eso los hace indispensables para el progreso de sus respectivos países. No debe sorprender que el juego político también ha sido descrito por los dos como una contienda entre la verdad y la mentira, y el bien y el mal, generando altos niveles de polarización.

La inclinación autoritaria que se evidencia en lo anterior es corroborada por una encuesta reciente realizada por el Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes y el Barómetro de las Américas de la Universidad de Vanderbilt. En el caso colombiano se constata un nivel bajo de aprobación a la democracia en comparación con el resto de América Latina. Peor aún, los colombianos se hallan entre los más intolerantes del continente.

Colombia es el país donde se cree con mayor intensidad que el Presidente debe limitar las actividades de la oposición, máxime si éstas van en contravía de la voluntad del “pueblo” y uno de los primeros en donde existe la convicción de que quienes no están con la mayoría representan una amenaza para los intereses nacionales. Estos y otros indicadores permiten concluir que hay “una relación problemática entre los aspectos mayoritarios de la democracia y el respeto por los derechos de las minorías y por el principio de separación de poderes”.

¿Será que Bolívar tenía razón cuando quiso imponer una “dictadura democrática” para que los pueblos latinoamericanos no tuvieran que lidiar con el tema del poder cada tanto y hubiera más estabilidad, así se matara la democracia? Tristemente, así parecen pensar muchos colombianos (y venezolanos). Pretender que lo que ocurrió en Venezuela y lo que puede ocurrir aquí es “ democracia” es desconocer una peligrosa tendencia que se está sembrando en nuestros países. Y que ante los ojos del mundo hará ver tanto a Chávez como a Uribe por igual.

Profesora Titular, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes

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