El esperpento del brexit

Arlene B. Tickner
03 de abril de 2019 - 02:00 a. m.

A casi tres años del referendo sobre el retiro británico de la Unión Europea, el Parlamento ha rechazado tres veces el acuerdo negociado por la primera ministra, Theresa May, y no ha encontrado alternativa alguna que suscite un apoyo mayoritario, pese a sus intentos esta semana por apoderarse del proceso y desbloquear el impasse. De no aprobar los legisladores ninguna propuesta ni la UE ninguna prórroga antes del 10 de abril se acerca el peor escenario de una salida “a secas”. Este tendría efectos incalculables para las cadenas de suministro, el comercio, el transporte y el libre movimiento de personas, razón por la cual tanto las empresas y entidades financieras, como los países miembros de la UE, ya están desarrollando planes de contingencia.

Mientras que pertenecer al mercado único y la unión aduanera de la Unión Europea exige salvaguardar la libre circulación de bienes, servicios, capital y personas, un brexit “duro” o un retiro desordenado conllevaría al endurecimiento de controles de aduana, de inspecciones de mercancía y de migraciones, y congestiones masivas en puertos, vías y aeropuertos, por no mencionar la afectación de los precios, las personas y la disponibilidad de medicamentos, alimentos e insumos productivos. En el caso irlandés existe una complejidad adicional, toda vez que puede afectarse el libre movimiento entre Irlanda del Norte, que sigue formando parte de Reino Unido, y la República de Irlanda, miembro independiente de la UE. Además de incidir negativamente en el comercio, la existencia de una frontera física entre las dos podría enrarecer el acuerdo de paz de 1998.

¿Cómo se explica semejante esperpento? Luego de las elecciones de 2017, en las que el Partido Conservador no obtuvo mayoría, la posibilidad de ratificar un brexit duro en el Parlamento se redujo, dada la necesidad de aliarse con otros grupos, entre ellos el Partido Unionista Democrático (DUP), que ha buscado garantías para que el retiro de la UE no perturbe la estabilidad de Irlanda del Norte. Esto generó fracturas en el interior del partido de la primera ministra, que está dividido en cuanto a cuál brexit es el que más conviene: salirse tanto del mercado único como la unión aduanera con miras a cumplir con lo prometido ante los electores del “sí”, tener autonomía para negociar acuerdos comerciales, liberarse de las obligaciones financieras ante la Unión Europea y de la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la UE, y restringir la migración; quedarse en alguno, o permanecer en ambos extralegalmente mediante una “alineación regulatoria” que hace mímica de la normatividad europea sin insertarse formalmente dentro de ella.

A hoy, las propuestas que mayor apoyo parecen suscitar en el Parlamento incluyen una unión aduanera con la UE (el llamado mercado común 2.0), consistente en ingresar a la Asociación Europea de Libre Comercio y el Espacio Económico Europeo, igual que Noruega, y la realización de otro referendo. Sea cual sea el desenlace final, el brexit plantea interrogantes que trascienden las complejidades técnicas de la salida británica y sus efectos políticos, económicos y sociales para Reino Unido y los demás miembros de la Unión Europea. Entre ellos, la integridad y coherencia futura de la UE, el mensaje para otras regiones del mundo que apuestan a la integración supranacional y los peligros del populismo y la posverdad para la democracia.

 

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