Hay un proverbio hindú adecuado para estas fechas navideñas, pero inaplicable en este país de bala y llanto: “El corazón en paz ve una fiesta en todas las aldeas”. Paz por dentro y fiesta en plaza de pueblo son una dupla robusta.
Ojalá lográramos esta conjunción en Colombia. Pero los corazones no logran tener paz cuando las masacres de líderes y exguerrilleros pacificados enrojecen de rabia las mejillas. Nadie se atreve a alzar el índice hacia aquellos sospechosos de dar las órdenes de la mortandad. Eso sería, piensan, ponerse la lápida al pecho. Tienen razón, aquí se mata al testigo y al testigo del testigo.
En dos entregas, dominical y lunes pasado, El Espectador publicó una pieza magistral de periodismo investigativo del reconocido Alberto Donadío, sobre el cazador de nazis contratado por la presidencia de Virgilio Barco para una misión enigmática. Rafi Eitan, asesor israelí contra el terrorismo, murió el año pasado a los 92 años. Alcanzó celebridad en 1960 por dirigir el comando que capturó en Argentina al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, enjuiciado y ahorcado en Jerusalén dos años más tarde.
La naturaleza de las andanzas de Eitan en Colombia escapó al rigor de Donadío, luego de un año de rastreo sobre huellas hábilmente borradas. Como sabueso responsable, revisó el contexto de 1987, año de la presencia entre nosotros de aquel viejito sonriente, de cachetes colorados y gruesas gafas negras, como lo muestran las fotos posteriores de la agencia AP.
¿Qué halló? Que ese año estuvo en lo fino la matanza de tres mil y pico de militantes de la Unión Patriótica, lo mismo que el exterminio de defensores de derechos humanos e incluso de candidatos presidenciales contestatarios. Aunque no existan pruebas, estos asesinatos repetidos “se mencionan como posibles hipótesis relacionadas con el trabajo de Eitan”, completa Donadío.
Esta inferencia toma cuerpo al recordar el nombre y milagros de otro israelí presente en Colombia por la misma época, el coronel Jair Klein, entrenador de paramilitares. Y al poner luces a declaraciones del propio Eitan sobre su ética institucional: “En principio, cuando hay una guerra contra el terrorismo, se combate sin principios”. O “Toda operación de inteligencia es una alianza con el delito”.
Pues bien, es inquietante la similitud entre el escenario de esta historia de espías y mercenarios, y el tablado del actual matadero nacional. Parece como si treinta años después, los dirigentes de este país aplicaran la misma fórmula a cuenta gotas de sangre para arrasar con opositores y descontentos y reeditar así nuestro holocausto dilatado.
Fórmula calcada de los infiernos del holocausto nazi y de la reacción helada de los vengadores judíos. El peor de los crímenes del XX y la paralela represalia israelí, con sus derivaciones sin principios, podrían ser la siembra ideológica y operativa de nuestros asesinatos sistemáticos. Por ello los corazones no están en paz ni las fiestas bullen en las aldeas colombianas.