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El Estado débil

Andrés Hoyos
13 de enero de 2010 - 01:16 a. m.

EN COLOMBIA EL ESTADO ES MUY DÉbil.

Los ejemplos son innumerables: aquí es imposible contratar la construcción de una carretera y lograr que sea entregada a tiempo; es imposible adjudicar un tercer canal de televisión abierta sin que se imponga el avivatazgo; es imposible consolidar una base de datos unificada para automóviles, buses y camiones, como el propuesto Runt; es imposible devolver a los campesinos la tierra que los paramilitares y los mafiosos les raparon; es imposible promulgar una auténtica reforma política que evite la vagabundería en las más altas esferas. Ni hablar de gastar bien las regalías, de impartir una educación de calidad consistente o de lograr que la gente cumpla las normas del tráfico.

La idea de que Álvaro Uribe ha sido un presidente fuerte me parece un espejismo. En su mandato se fortaleció la Fuerza Pública, algo que era necesario desde hace mucho y que se le abona, así el fortalecimiento se haya implantado sin tomar las necesarias precauciones para evitar los abusos, pero de resto el Estado ha seguido siendo un elefante ciego a lo largo de estos siete años. No por nada los ejemplos citados arriba son todos recientes.

Un Estado débil es equiparable, en otra escala, a un padre débil. La familia no lo toma en serio y raramente lo consulta, los vecinos no lo piensan dos veces antes de abusar de él y los hijos van a la deriva por la vida porque nadie los protege. Aunque en cada caso de los mencionados es posible responsabilizar a individuos, el problema es endémico, lo que desde otra perspectiva implica un gran fracaso colectivo. Dicho de otro modo, este Estado débil está involucrado y hace daño en la vida de cada uno de nosotros. Dado que la pregunta de cuándo comenzó el problema quizá nos llevaría a culpar a los zaques y a los zipas, es mejor preguntarnos en qué momento dilapidamos la ocasión de intentar soluciones eficaces. La respuesta, que a lo mejor sorprenda a algunos, es: esta mañana, ayer, la semana anterior, el año pasado.

Descartemos excusas: el Estado no es débil en Colombia porque haya instituciones rivales o protagonistas fuertes que lo debiliten, como sucede en otras latitudes. La Iglesia católica fue poderosa y tuvo mucho que ver con el origen del Estado débil, pero ya no lo es. No hay nacionalismos o regionalismos fuertes que amenacen la unión. La fortaleza aparente de los grupos armados ha sido más el síntoma que la enfermedad. Así, lo que padecemos es en últimas una inveterada cadena de debilidades. Son débiles y se han debilitado los partidos políticos, es débil y se ha debilitado la justicia, son débiles y se han debilitado las regiones, es débil y se ha debilitado la familia típica colombiana. Aquí se asesinan mujeres, se violan niños, se martirizan barrios, se compran elecciones y no pasa casi nada. Los ideólogos, por si hiciera falta, andan bastante perdidos.

La endemia se eterniza, supongo, porque no existe un punto de apoyo sólido desde el cual apalancar un cambio. Me dirán, con razón, que hace diez, quince o veinte años, cuando Pablo Escobar, los Castaño o las Farc jugaban con el país, estábamos peor. Quizá. Sin embargo, la mejoría desde entonces ha sido tan exigua y se ha visto plagada de tantos retrocesos que resulta ilusorio pensar en construir algo perdurable encima de ella.

Por si acaso, en las próximas semanas la honorable Corte Constitucional podría darnos el golpe de gracia. Ojalá me equivoque.

andreshoyos@elmalpensante.com.

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