El Estado es Santos, dice Duque

Juan Carlos Rincón Escalante
06 de febrero de 2019 - 01:14 a. m.

Jamás pensé que el presidente Iván Duque y sus aliados tuvieran endiosada la figura de Juan Manuel Santos, pero la ridícula polémica sobre los protocolos con el Eln demuestra justamente eso. 

Desde el nefasto atentado contra la Escuela de Cadetes General Santander, el Gobierno ha insistido en que Cuba tiene que capturar sí o sí a los negociadores del Eln. El argumento más gracioso en toda la gritería patriótica que ha surgido a partir de esa petición que rompe promesas internacionales, tal vez, es el que recientemente resumió muy bien nuestro canciller, Carlos Holmes Trujillo: “El presidente Duque no ha incumplido nada, porque nunca firmó nada”. 

Por pura diversión, veamos qué tanto se puede estirar esa idea. 

Hablemos de hechos. Cuando Juan Manuel Santos vivía en la Casa de Nariño, conformó un grupo negociador que se aproximó al Eln. El líder de ese equipo era Frank Pearl. Para convencer a la guerrilla de que se sentara a la mesa, Pearl, bajo mandato de Santos, firmó un protocolo con el Eln donde pactaban que, en caso de romperse las negociaciones, ellos podrían regresar al país sin ser capturados. Esa promesa permitió que comenzaran los diálogos. 

Después, llega Duque a la Presidencia, pone condiciones para continuar los diálogos (pero deja a los guerrilleros en Cuba), estas no se cumplen, ocurre el atentado y el presidente quiere capturarlos. Sólo hay un problema: ¿y el protocolo? Aquí es donde el asunto se pone caricaturesco.

La solución del Gobierno es fácil: Duque no firmó eso, luego nunca lo aceptó, luego no prometió nada. Si estiramos un poquito, toca preguntar: ¿entonces quién firmó eso y quién hizo esa promesa? Porque el papel existe. 

Frank Pearl, es la respuesta obvia. Pero él estaba enviado por Juan Manuel Santos. ¿Y Santos estaba actuando por cuenta propia, como individuo, poniéndose la camiseta de ciudadano al dialogar con el Eln, dejando a un lado la de presidente? 

Eso es, precisamente, lo que dicen Holmes Trujillo y compañía. Que el Estado, ese que logró unir a la comunidad internacional para apoyar las negociaciones; ese que convenció a una guerrilla de sentarse a dialogar; ese que invirtió millones y millones de pesos en adelantar el proceso de paz; ese que firmó protocolos e hizo promesas y empeñó su palabra, no era el Estado. O, sí, pero el Estado era Santos. 

Cuando piensan en Juan Manuel Santos, los miembros de la actual administración parecen ver a un ser todopoderoso capaz de movilizar al mundo entero por cuenta propia. No era Colombia la que actuaba a través de sus instituciones; no eran los recursos de los colombianos los que se invertían; no era nuestra reputación la que atrajo los garantes, sino la del individuo Santos. 

Pero el argumento bufonesco no termina ahí. Como Santos ya no está, su firma es irrelevante; en otras palabras, el Estado nace y muere cada cuatro años, según el ocupante de turno de la Casa de Nariño. 

Ahora, tendría que decir el argumento del canciller, el Estado es Duque. Y como él no ha firmado nada, entonces no jodan. 

¿Lo mismo aplica para todas las promesas que ha hecho Colombia y que no llevan la hermosa y joven firma de nuestro presidente? ¿Y para nosotros, los ciudadanos? ¿Todas las leyes sancionadas por Santos ya no aplican? ¿Los decretos tampoco? ¿Las comunicaciones del Gobierno que no son leyes, pero igual generan expectativas de cumplimiento, menos? Haber sabido que no me tocaba declarar ni pagar renta en el 2018 porque la reforma tributaria santista desapareció a partir del 7 de agosto de ese año, cuando el Estado empezó de cero. 

Bienvenidos a la retórica naranja. 

@jkrincon

 

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