El eterno retorno social

Juan Carlos Botero
15 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

En su bello libro La gaya ciencia, de 1882, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche plantea una idea abrumadora, que él incluso llegó a calificar como “su carga más pesada”: el eterno retorno.

En el fragmento número 341 (retomaría la idea poco después en su obra maestra Así habló Zaratustra), Nietzsche postula el escenario de un demonio que ingresa a tu alcoba de noche y te susurra una idea escalofriante. ¿Qué pensarías, afirma, si ese demonio te dijera que cada acto de tu vida, desde el más grande hasta el más pequeño, se repetirá indefinidamente y tendrás que revivir tu vida, tal como lo has hecho, una y otra vez para toda la eternidad? Ésa fue la idea que Nietzsche llamó “el eterno retorno”.

Las interpretaciones sobre este concepto han sido muchas y diversas. Incluso algunos han llegado a creer que el filósofo postula de veras esa posibilidad: que en la vida real nuestra existencia se repetirá idéntica e invariable a lo largo del tiempo. Pero esa lectura es, claro, errada. Nietzsche postula una meta moral, como muchos pensadores han señalado. Es decir: ¿qué tipo de existencia debemos de tener para no maldecir ni rechazar esa idea, sino para desearla con todas nuestras fuerzas? Si supiéramos que cada acto de nuestra vida, desde el más ínfimo hasta el más grandioso, se va a repetir una y otra vez para siempre, tendríamos que aspirar a tal grado de excelencia vital que esa noción, susurrada por el demonio, nos ilusionaría, en vez de aterrarnos.

Siempre me ha parecido que esa meta moral es claramente acertada y conduce al individuo, mediante una exigencia permanente y una vigilia invencible, a llevar a cabo una existencia casi perfecta. Pero a la vez me ha parecido incompleta, porque carece de una valiosa dimensión social.

Por eso no sería indeseable aplicarle a la idea de Nietzsche otra vuelta de tuerca. No sólo vas a vivir tu vida en un eterno retorno, sino que a la vez vas a ser cada una de las personas que has visto o conocido a lo largo de tu vida. Y esa idea sí que es abrumadora. Es decir, de llegar a pensar que algún día, en alguna de las infinitas repeticiones de la existencia, vas a ser esa novia que amaste y maltrataste, o ese mendigo al que no le diste una limosna, o ese amigo a quien traicionaste, o ese otro al que le hiciste un desaire, ¿no cambiaría nuestra actitud frente a los demás? Si viviéramos con ese temor, y más todavía, con esa certeza, ¿no seríamos mejores personas? O sea: ¿no demostraríamos mayor solidaridad hacia nuestros semejantes? ¿Mayor sensibilidad, empatía y compasión? Si la gente creyera que eventualmente será el otro; que, para bien o para mal, será la persona que está al otro lado de nuestro trato, ¿no tendríamos mayor cuidado con ese mismo trato? ¿No ejerceríamos más paciencia, comprensión y amabilidad? A la vez, ¿no seríamos menos injustos, insensibles e hirientes? No es difícil suponer, incluso, que la violencia disminuiría. Si un paramilitar está torturando a un pueblo, utilizando su motosierra para mutilar a los habitantes, si él creyera que algún día él va a estar al otro lado de esa motosierra, ¿no se detendría en su barbarie?

Quizá más que cualquier otra religión, norma, ley, creencia o dogma, este “eterno retorno social” produciría una comunidad más solidaria y compasiva. Y ante todo más justa.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar