Sombrero de mago

El exorcista a la criolla

Reinaldo Spitaletta
07 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Solo falta que, además del exorcismo a la Casa de “Nari”, haya rituales vudú, que también es un ceremonial de la “chuzada”, técnica de espionaje tan usada en los ocho años de gobierno del mesiánico embrujador. Y que se evoque a Papa Doc, experto en tales artes, para llenar de alfileres alguna foto de un senador que acusó al “intocable” ante la Corte Suprema de Justicia. Colombia, país de risa y sangre, de asesinos y mentirosos, puede parecerse a una imagen fuerte del filme de 1973 El exorcista, cuando Regan, la chica poseída, se masturba y flagela con un crucifijo.

Nuestra historia patria, de guerras civiles y matazones a granel, ha sufrido barbaries a nombre del “Tú reinarás”, como pasó en la Violencia, cuando hordas de bárbaros arrasaban pueblos entonando el cántico de “en nuestra patria, en nuestro suelo, es de María la nación”. Y ha tenido tradición de persecución de “brujas”, como en los tiempos azarosos de Turbay Ayala y su Estatuto de Seguridad.

Así que cuando se habla, aunque haya sido a modo de “comentario jocoso” de un cura, de realizar un exorcismo en la Casa de Nariño, que quedó bautizada desde la visita clandestina de alias Job a palacio como la de “Nari”, papá, no es una expresión más del folclor, porque de demonios hemos estado atiborrados en los últimos tiempos. Es más o menos una ocasión propicia para recordar el Malleus Maleficarum, tratado sobre la cacería de brujas en el Renacimiento.

Nada quita que este gobierno que hoy comienza, y que sin duda es de continuismo neoliberal, de políticas antipopulares como bien se nota en su programa, también emprenda una inquisición contra los que se atrevan a contradecir. Ya lo había anunciado el ministro de Defensa entrante con su propuesta de “regular” las protestas sociales.

El tratado en mención, que para estudiosos del tema corresponde a una larga mentalidad de la misoginia, se utilizó no solo contra las brujas, sino contra el saber profano. La ciencia, las artes, los descubrimientos que contradecían a la Iglesia y a otros poderes se perseguían con el pretexto de ser herejes, diabólicos, subversivos. Las cacerías de brujas, como las de Salem, o las redivivas en los tiempos del macartismo estadounidense, no han terminado en el mundo, y es posible (o probable) que sigan en Colombia. ¿Tantos líderes sociales asesinados no tendrán que ver con el cuento?

El posible exorcismo en la sede presidencial despertó humores y rumores; recordó los días de las “chuzadas” a periodistas, magistrados, opositores; también los demoníacos “falsos positivos” o crímenes de estado, y muchas otras situaciones tanto de los gobiernos de Uribe y de Santos, que habrá que seguir exorcizando a punta de movilizaciones sociales, de protestas cívicas, del estudio de la historia, del cultivo de la crítica. Y de la resistencia.

Hoy, cuando se revive de diversas maneras el viejo Frente Nacional, excluyente y corrupto, vuelve a aparecer en el panorama de la politiquería una tóxica sopa de letras. La mermelada tiene nuevos sabores. Uribismo-santismo-duquismo. La “dulce toma” de las coimas y las repartijas. La feria continúa. Los exorcismos, entonces, deben ser contra el modelo desmantelador del Estado y propiciador de las pingües ganancias de transnacionales y grupos financieros de acá y de allá.

En efecto, hay que exorcizar a los viejos y nuevos demonios de la corrupción y la politiquería. A los nuevos y viejos lamias y trasgos que han cabalgado a placer sobre los hombros de los excluidos y lacerados por un sistema de inequidades a granel. Y no es el rol de un cura, que por lo demás ya se desdijo de su charlatanería, sino el de los que han padecido los despojos y opresiones de los gobiernos de turno.

Por estos días, en los que el diablo ha vuelto a escena, se despertó el humor negro y de los otros en las redes sociales y los cafés. Se habló del retorno de Regina Once, de las misas negras, de los políticos que acostumbran a ir donde casandras a que les profetice su futuro en los repartos del botín. Y, claro, los seguidores de la vieja película recordaron a Linda Blair y sus vómitos satánicos. Hubo quién dijo que había nuevas brujas en la política nacional y quién tornó a ver el filme con Max Von Sydow (tantas veces dirigido por Ingmar Bergman), actor que tuvo que someterse a maquillajes intensos para envejecer en el papel del padre Merrin.

En El esplín de París, Baudelaire advierte que la mayor astucia del diablo consiste en hacernos creer que no existe. Pues bien, en la política colombiana, tan cargada de demonios, no faltan los expresidentes que se quieran mostrar como redentores y santos… Satán sabe bastante sobre disfraces y simulaciones.

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