El exterminio de la UP

Ricardo Arias Trujillo
14 de agosto de 2008 - 08:58 p. m.

EL EXTERMINIO AL QUE FUERON sometidos los miembros y simpatizantes de la Unión Patriótica constituye uno de los hechos más graves y vergonzosos en la historia reciente del país.

Han sido cerca de tres mil asesinatos, perpetrados sistemáticamente desde el mismo momento en que la UP hizo su aparición en el escenario político, en 1986. Entre las víctimas, dos candidatos a la Presidencia, cientos de líderes regionales y locales, y muchos, muchísimos partidarios de esa agrupación.

Como si fuera poco, la UP ha tenido que soportar, además de la política de aniquilamiento, una dolorosa indiferencia por parte de la sociedad y una escandalosa inoperancia por parte de la justicia colombiana. Para utilizar términos muy de actualidad, en el caso de la UP –tampoco– ha habido “justicia”, “verdad” ni “reparación”.

¿Cómo explicar lo que ha sucedido? ¿De dónde han salido las órdenes para “acallar” a voceros y seguidores de un partido político? ¿Por qué la sociedad y el Estado se han mostrado tan indolentes, cuando no molestos, ante lo ocurrido?

La UP surgió de los acuerdos de paz entre las Farc y el gobierno de Belisario Betancur. Los dirigentes guerrilleros tenían la intención de contar con un brazo político propio, una estrategia nefasta, encaminada a multiplicar los frentes de acción de la insurgencia. En pocas palabras, la lucha no debía desarrollarse exclusivamente desde la ilegalidad –la guerra–; había también que aprovechar los espacios que ofrecía la vilipendiada democracia. Desde un comienzo, la gran prensa, la Iglesia, los gremios, los partidos tradicionales, el Ejército, se apresuraron a condenar a la UP por sus inocultables vínculos con las Farc. Razón no les faltaba, pues el brazo armado de la guerrilla pervertía el juego democrático allí donde la insurgencia tenía poder.

Pero esos mismos sectores se mostraron mucho menos escandalizados frente a la política de aniquilamiento desatada por la extrema derecha contra la UP. Su indiferencia tampoco cambió cuando el partido, bajo la conducción de nuevos líderes que buscaban una mayor independencia con respecto a las Farc, empezó a criticar no sólo la “combinación de todas las formas de lucha”, sino la violencia como mecanismo para impulsar los cambios que el país necesitaba. Es decir, la guerra contra la UP no obedecía a sus vínculos con las Farc, como sostenían sus enemigos. Para amplios sectores de la clase dirigente, la creación y, peor aún, la consolidación de un partido de izquierda constituía una amenaza para sus intereses. En una alianza siniestra, miembros del Ejército, terratenientes, políticos locales, paramilitares, etc., recurrieron al terror para arrasar con todo lo que oliera a izquierda.

Algunos periodistas, políticos y académicos han denunciado el doble discurso que la izquierda utilizó durante un buen tiempo. Pero también han sacado a la luz la guerra a muerte que libraron los sectores más reaccionarios contra la UP. Sin embargo, pese a todo tipo de evidencias, todavía son muchos los que se empecinan en negar los hechos. Ahora, a raíz de un libro sobre estos temas (Steven Dudley, Armas y urnas. Historia de un genocidio político, Planeta, 2008), en el que se analiza cuidadosamente una realidad bastante compleja, resulta, según algunos defensores a ultranza del Estado, que los únicos culpables son las Farc. Esa es la ventaja de tener siempre a la mano todo tipo de chivos expiatorios.

* Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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