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El Festival de Fanny

Andrés Hoyos
27 de agosto de 2008 - 02:09 a. m.

DESDE EL DÍA DE SU MUERTE, FANNY Mikey no ha cesado de recibir la gratitud de miles y miles de colombianos, que pasaron frente a su féretro o desfilaron por las calles para decirle adiós. Hacía muchos años que no se brindaban ovaciones parecidas en Colombia.

Supongo que nadie pondrá en duda que el legado más importante de Fanny es el Festival Iberoamericano de Teatro. Cada dos años, por su causa, una ciudad a veces hostil como Bogotá se viene transformando en un territorio dominado por la fantasía. De ahí que, si queremos garantizar que el paso de esta mujer fulgurante por nuestro país no haya sido en vano, debamos asegurarnos de que el festival de Fanny siga teniendo la envergadura que hasta ahora ha tenido.

Como el estatus en estos casos es muy importante, lo primero ha de ser declararlo patrimonio de la nación y de la ciudad de Bogotá. En los días de duelo tanto el Gobierno Nacional, por boca del presidente Álvaro Uribe y de varios de sus ministros —entre ellos Fabio Valencia Cossio, Paula Moreno y Cecilia María Vélez—, así como la Administración Distrital por boca del alcalde Samuel Moreno, expresaron su pesar y afirmaron que seguirán apoyando el evento. No soy abogado, pero presumo que lo que da vigencia a unos apoyos no condicionados es, en la órbita nacional, una ley de la República aprobada por el Congreso, y en la órbita local un acuerdo del Concejo firmado por el Alcalde. Sólo un estatus permanente y establecido con claridad permite disponer de apoyos que no dependan del humor del funcionario de turno.

El festival, no sobra recordarlo, se hacía porque Fanny, con la asistencia de colaboradores fieles y eficaces, era una maga a la hora de conseguir financiación pública y privada, labor que le disgustaba hacer y que le robaba tiempo a menesteres más creativos. Tan fuerte era su empuje, que en años recientes pudo sacar adelante el festival con ayudas más bien precarias del Estado nacional y otras un poco más generosas de la ciudad.

Pero la energía cósmica de Fanny irá a parar al mar junto con sus cenizas. Por ello, me parece conveniente poner sobre la mesa una cifra adecuada que garantice la continuidad del festival. Dado que el público ha adquirido en forma generosa la boletería, si tanto la ciudad como la nación contribuyen, por partes iguales, cada una con un 25% de los costos totales del evento, estaremos bien. Tomando la versión de este año como ejemplo y sin presupuestar crecimiento alguno, cada 25% tendría un costo de 11.000 salarios mínimos legales mensuales. Este costo, por supuesto, es bienal, e idealmente debería estar disponible en el segundo semestre del año impar, es decir, el precedente a la realización del festival propiamente dicha.

Desaparecida Fanny, el festival depende primero que todo de su junta directiva, presidida por Gustavo Vasco y vicepresidida por William Cruz. Hay, aparte de ellos, doce miembros más, entre los que debo aclarar que me cuento como un alegre suplente de número. A la junta le corresponde fijar nuevos rumbos y decidir qué hacer. Nadie, pienso yo, podrá llenar los inmensos zapatos de Fanny, ni tendrá la autoridad moral que le otorgaba a ella su condición de inventora del evento. No obstante, hay gente muy competente disponible y, contando con recursos y con algo de suerte, el festival puede seguir vigente muchos años, como gran homenaje a su fundadora. Así, el sentimiento de orfandad que nos embarga podría desembocar en algo de veras productivo.

andreshoyos@elmalpensante.com

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