El Frente Nacional contra Gustavo Petro

Santiago Villa
05 de junio de 2018 - 12:20 p. m.

Cada voto en blanco de quienes votaron por Fajardo en la primera vuelta incrementa las probabilidades de que Iván Duque gane en la segunda. En el crudo plano pragmático y matemático (vaya ironía) un voto en blanco de los "fajardo" es una aceptación pasiva de la victoria de Duque. En el plano filosófico es un voto de protesta, claro, y una expresión legítima de que el votante rechaza a los dos candidatos.

Yo quisiera poder votar en blanco, seguir esa convicción política, y quedar tranquilo. Envidio a los que sí, pero no puedo dar un paso al costado con el uribismo respirándonos en la nuca. No voto en blanco porque no me da igual cuál de los dos candidatos quede de presidente. 

Prefiero un Petro presidente con el congreso en contra, con las riendas bien puestas, que un Duque presidente con el congreso a favor y las cortes al alcance de la mano; con el caballo desbocado.

Petro supone un riesgo macroeconómico con sus políticas sustentadas en cifras alegres y prestidigitación matemática. Votar por él lleva a la absurda situación de cruzar los dedos para que no haga una buena parte de las cosas que propone. Por eso alivia eso de que tenga a más de medio congreso en contra.

Me desencantó de la izquierda la experiencia latinoamericana. No tanto la manida Venezuela, que es un país-hipérbole, sino los casos del Ecuador, de Argentina y de Nicaragua -y sí, también Brasil-. En ningún país, salvo Chile, que tiene una izquierda bastante moderada, y quizás Uruguay, que con cuatro millones de habitantes casi camina solo, puede uno señalar y aplaudir un gobierno de la izquierda. Por lo general van de regulares a malos.

Con tan poco entusiasmo electoral y un partido débil es improbable que Petro, así quisiera, lograra hacer constituciones nuevas y grandes revolcones institucionales.

No todo es malo. Petro ha demostrado tomarse muy en serio los componentes de inclusión de grupos sociales en sus políticas de Bogotá, y hubo enormes avances en ese ámbito. Ver esto en un plano nacional me despierta expectativa. 

El voto contra el Centro Democrático me deja tranquilo. No creo que repetir o profundizar sus políticas ayude a que Colombia combata la desigualdad. Ni que frenar la implementación de los acuerdos para cambiar algunos puntos sea el mejor camino para avanzar hacia la paz estable y duradera. Ni que más fumigación solucione el problema del narcotráfico.

La visión de país del Centro Democrático, que es intolerante hacia las diferencias, desprecia el medio ambiente y agudiza la desigualdad económica, va en contra de mis principios. Me generan un enorme rechazo sus congresistas: complacientes con el paramilitarismo y voceros de una filosofía cruel. 

Además, toda la maquinaria corrupta de Colombia se ha enfilado con Duque, que se va a indigestar de comerse la mermelada de Santos. Esa que finalmente era la misma mermelada de Uribe, y la misma mermelada que lleva hostigando la política colombiana desde hace décadas. 

Es difícil no querer contagiarse de cierto romanticismo histórico. Una visión sentimental e ingenua de la política que, sin embargo, es bonita. Gustavo Petro como el Jorge Eliécer Gaitán del siglo XXI, luchando él solo contra la politiquería. Contra el Frente Nacional y las mafias. 

Uno quisiera ver eso y votar con más entusiasmo, pero la credulidad no me da para tanto. Al menos lo hago con la conciencia tranquila.

Twitter: @santiagovillach

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