El Gran Soviético

Luis Carlos Reyes
29 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Iósif Stalin, uno de los mayores asesinos y genocidas del siglo XX, acaba de ser elegido el hombre más grande de la historia en una encuesta realizada en Rusia: es el Gran Ruso, digamos (o quizá el Gran Georgiano, para ser precisos). Durante su tiempo como líder de la Unión Soviética, alrededor de tres millones de personas murieron en el gulag, la red de campos de trabajos forzados donde acababan los opositores del Gobierno. Otros tres millones, que fueron blanco por su origen étnico ucraniano, murieron en una hambruna generada deliberadamente por el régimen.

Stalin también es recordado por haber llevado a la URRS a la victoria en la Segunda Guerra Mundial, y por la industrialización del que entonces era un país principalmente agrícola. Pero en la memoria colectiva, estos logros no están balanceados por el recuerdo de sus crímenes contra la humanidad: Stalin, para el 38 % de los rusos, no es sólo el Gran Soviético sino el ser humano más importante que haya vivido.

No es que se desconozcan sus crímenes. Al contrario, desde su muerte en 1953, su sucesor Nikita Jrushchov inició una política de “desestalinización”, con la cual se buscó acabar con el culto a la personalidad de Stalin que este mismo había creado. Además, con la caída del comunismo en 1991 se abrieron valiosos archivos que les permitieron a los historiadores entender lo ocurrido más allá de lo relatado por las biografías oficiales y las pocas fuentes primarias disponibles.

¿Qué hace que una nación entera pase por alto los actos atroces de un líder en vez de condenarlo, así sea simplemente en el recuerdo? Mijaíl Gorbachov, quien como secretario general del Partido Comunista desmanteló el Estado soviético forjado por Stalin, recuerda en sus memorias la muerte de este último como una tragedia colectiva, por la cual él y quienes le eran cercanos lloraron como por la muerte de un pariente. Stalin era más que un gobernante. A través de la propaganda incesante y gracias a sus victorias militares había logrado convertirse en una figura paterna y protectora, y a los papás abusivos se les perdonan muchas cosas.

Cuando uno lee historia rusa, un lugar común es preguntarse si ese pueblo —que pasó de la autocracia de los zares a la dictadura comunista al autoritarismo de Putin— es capaz de vivir en democracia. Quién sabe. A lo mejor han tenido una mala racha. Pero vale la pena que en Colombia nos hagamos esa pregunta con respecto a nosotros mismos, porque la relación entre el autoritarismo, los crímenes que lo acompañan y los líderes que se perfilan como protectores y salvadores de la patria es universal. Y es inquietante que, estando frente a una elección presidencial tan importante como la que se aproxima, parece que estuviéramos eligiendo papá y no presidente.

* Ph.D., Profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana.

Twitter: @luiscrh

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar