El gran viaje que duró más de 20 años

Enrique Aparicio
23 de septiembre de 2018 - 05:30 a. m.

La llegada a Venecia, una ciudad anestesiada por la historia y el comercio me llenó de preguntas sin respuestas. El sol brillaba con gran esplendor, frase de poeta pobre y sin trabajo. Me senté en un café de la plaza de San Marcos, la famosa, en cuyos flancos se encuentra la basílica y nada más ni nada menos que el palacio ducal. Como era domingo, las inefables campanas avisaban a los seguidores del Nazareno que era hora de iniciar el camino para ir a ofrecer sus respetos.

Me recordó mi niñez en una finca cafetera de la familia, donde había una iglesia cercana. Los domingos, como era usual, mi madre sacaba el instructivo para ese día: tenía que ir a misa de 12, pues no había más, y para ello, todavía muy pequeño, me montaba en el brioso “corcel”, un rocinante llamado “El alfiler”, que entre sus peculiaridades estaba que hacía lo que se le daba la gana y escogía los caminos mas extraños para llegar a la iglesita sin que yo pudiera controlarlo.

Mi devoción y deseo de asistir a la misa eran nulos, pero el papelazo de que había ido me tocaba hacerlo y en lugar de rezar me dedicaba a molestar al jumento para, quizás, vengarme de todas las que me hacía. Soñaba con las figuras de un libro que me habían regalado sobre los Viajes de Marco Polo, mientras el cura mandaba a todo el mundo al infierno, especialmente a los infieles.

Pasados los años y viviendo la madurez de todo aquel para quien los líos son para resolver, en un café en la Plaza de San Marcos me encontré de nuevo con mis fantasías, ayudadas por un sol esplendoroso de un domingo donde los feligreses, eso sí, sin caballos, se dirigían a la Basílica vestidos con sus domingueros, primero las mujeres que sí podían comulgar y luego los hombres, menos disciplinados en el arte de dominar vicios.

***

Marco Polo miró con cara de incrédulo a su padre Niccolò y a su tío Maffeo. Era también un domingo, como si sólo los domingos pasaran cosas importantes. Le estaban proponiendo lo que toda su vida, hasta sus 17 años, había deseado: ir con ellos a un viaje de comercio a tierras lejanas, para volver a Venecia con camellos cargados de preciosas mercancías e invaluables telas de seda. Mercaderes de todos los rincones conocidos acudían a esta ciudad para adquirir las exóticas mercancías que vendían los venecianos. Orgullosos y arrogantes, estaban convencidos que la ciudad era la República más rica e importante del mundo conocido. Algo de razón tenían. Marco Polo nació en 1254. Vivía en esa Edad Media de misterios oscurantistas e historias increíbles, no comprobadas, que estimulaban su imaginación con la ayuda, sin pretenderlo, de su padre y de su tío, que le habían creado una visión amplia y sin fin del mundo.

-Marco -le dijo su padre-, no te hagas demasiadas ilusiones. Un viaje de estos será una aventura para aprender o un lugar para dejar tus huesos.

-Padre, lo sé, pero ya es hora de tomar ese camino y qué mejor que contigo y con mi tío.

-Comprendo, pero mis palabras no se las llevará el viento por ahora. Este viaje puede durar muchos años. Recuérdalo cuando tengas que tomar decisiones.

El viaje los llevo hasta las muy lejanas tierras del gran líder Kublai Kan - que ya habían visitado por su padre y por su tío -, nieto de Genghis Kan, en lo que hoy es parte de China. El Gran Kan era un hombre que comandaba a su pueblo (millones de habitantes cuando Venecia en esa época tendría unas 100 mil personas) con lo que hoy llamaríamos mano de hierro, donde nada escapaba a su poder tanto en la guerra como en la paz. Pero Kublai Kan también era amplio de mente, aceptaba las diversas religiones en sus dominios, llegó hasta pedir que el Papa le enviara delegados para saber más de la religión que pregonaba y en el primer viaje le pidió a los mercaderes que le trajeran representantes del Papa. Cuando los mercaderes hicieron la solicitud, solo dos curitas se apuntaron y después de un tiempo colgaron la lira.

Una vez en las tierras de China, se dice que los mercaderes duraron tres años antes de poder hacer presencia frente al gran Kublai, quien les dio un sello en oro que les abriría las puertas en todo su reino, incluyendo comida y dormida.

El viaje de Marco duró 20 años mal contados. El líder lo nombró asistente personal y solo hasta que él murió, Marco regresó a Venecia.

Quien aspira a pensar que el futuro se puede planear y evita toda posibilidad donde no existan la lógica y la razón, se va a desanimar con las reglas no escritas del destino. Los viajes de Marco Polo se conocieron por un acontecimiento inesperado. En su viaje de regreso fue apresado por los genoveses, que estaban en guerra constante con los venecianos, y tuvo como compañero de infortunio a un escritor de viajes, Rustichello de Pisa, quien tomó nota de todo lo había vivido Marco y, una vez que los genoveses los soltaron, publicó “Il Milione”, conocido en español como “Los viajes de Marco Polo” o “El libro de las maravillas”.

En el YouTube, aparecen fotos tomadas por nosotros, mi novia y yo, de Venecia. Se trata simplemente de un toque personal, sin aspiraciones documentales.

https://youtu.be/PKTOQeSfIAw

Que tenga un domingo amable.

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