El grito de Greta

Juan Manuel Ospina
26 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Greta Thunberg es la adolescente sueca que un buen día decidió, no se sabe si sola, que en adelante no iría al colegio los viernes para dedicarse a manifestar en sitios públicos de Estocolmo su angustia por la crisis ambiental que ya alcanza proporciones críticas, ante la indiferencia de quienes en el mundo tienen el poder para actuar y enfrentarla seriamente, no con discursos hipócritas y acuerdos que de entrada se sabe que no se cumplirán porque, como dice Greta, son “palabras vacías que roban sueños”. Solo sé que es una adolescente que abordó con sinceridad la crisis, aunque ya no faltarán los que tratarán de presentarla como una figura creada para “defender oscuros intereses”, y lo hace con una fuerza interna que es contundente y convincente, con palabras directas que conmueven y confrontan, convertidas en dedo acusador y en látigo para denunciar a los responsables de tanta incuria y enfrentarlos a sus responsabilidades.

Es una voz que hoy escucha el mundo, especialmente los jóvenes en cuyo nombre habla. Su contundencia y la verdad irrefutable de su clamor le han permitido, en pocos meses, llegar a escenarios mundiales, de Davos a las Naciones Unidas, y hablarles directa y crudamente a quienes debiendo y pudiendo decidir no lo han hecho por estar, según Greta, absorbidos, capturados podríamos decir, por el afán del dinero y por “las fantasías del crecimiento económico”, que no son solo propios del capitalismo sino de una cultura que privilegia el tener sobre el ser como dijera hace casi medio siglo el papa Pablo VI. Lo que ella dice es sabido y muchos lo han dicho antes sin que fueran escuchados, sin conmover conciencias. La importancia de Greta en estos momentos es que es escuchada por quienes son decisivos para enfrentar la crisis. Lo anterior lo refuerza el apoyo recibido en la opinión mundial, especialmente entre los jóvenes. Su reclamo se convirtió en el de millones y su número sin duda aumentará rápidamente porque la situación no da espera.

No es gratuito que Greta Thunberg sea escandinava, específicamente sueca, pues se trata de países con una cultura en la cual la conciencia ambientalista no es un añadido, una moda, sino que le es consustancial, al no haber realizado la ruptura completa entre naturaleza y cultura que es tan fuerte en otras culturas occidentales, especialmente las de cepa latina, de donde provenimos con nuestro componente hispánico. La explicación tal vez tenga que ver con el sedimento panteísta que permanece en sus raíces y que aún da sus frutos, combinado ello con un cristianismo de cepa luterana que confronta la cosmovisión romana presente en el cristianismo católico. No es tampoco gratuito que en 1983/87 el primer documento de las Naciones Unidas sobre estos temas, "Nuestro Futuro Común", elaborado por la Comisión Mundial sobre el Desarrollo y el Medio Ambiente, fuese coordinado por la entonces primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, de la cual hizo parte nuestra compatriota Margarita Mariño.

Los países nórdicos y en especial Suecia, con las fallas e imperfecciones de toda obra humana, construyeron un modelo de desarrollo y de gobierno que tiene ese sentido del equilibrio y la interdependencia que se expresa en su relación, casi que podríamos decir integración, con la naturaleza anotada. Un sistema en donde Estado y mercado se complementan en pos de un objetivo nacional; donde el que mucho gana mucho contribuye a financiar la acción de unas políticas públicas al servicio de los intereses colectivos y de la preservación y ampliación de una gran y dinámica clase media, constituida en el centro del sistema político que les ha evitado caer en los extremos políticos que tanto dificultan la vida de las otras democracias occidentales, especialmente las latinas.

Está por verse si en las palabras de una adolescente sueca llegan al convulsionado escenario de un mundo en crisis la voz y la experiencia que, provenientes del frío norte, ayuden a encontrar y encausar una salida que finalmente permita conciliar desarrollo y medio ambiente, como ya se reclamaba desde mediados de los 80. El tiempo se agota y solo una voz limpia y ética, la de los jóvenes, permitirá que se dé finalmente el timonazo salvador a una nave que avanza hacia el abismo.

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