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El hastío de doña Margarita

Reinaldo Spitaletta
08 de abril de 2009 - 04:00 a. m.

Me gusta, a veces, conversar con señoras de barrio, amas de casa, de aquellas que van a las plazas de mercado y pueden dar una visión del país más acertada que la de los economistas; con señoras que, de cuando en vez, van a misa, más que a oír al cura a hablar con sus congéneres, o no van nunca porque también perdieron la fe en los clérigos y sus discursos. Con doña Margarita, que vive en la otra manzana, hacía rato no charlaba y me llevé una sorpresa.

Estaba hastiada (así dijo) de todo: de las telenovelas, de los noticiarios, de la hipocresía nacional, de Íngrid Betancur, de las noticias que hablan de tres americanos ex rehenes que escribieron un libro, de las Farc, de los paramilitares, de los ministros, de los candidatos que quieren reemplazar a Uribe, y de Uribe que no quiere que nadie lo reemplace, porque, según ella, se cree irremplazable. “No lo puedo ver ni en pintura, mejor dicho, me da un no sé qué cuando sale en la televisión, que mejor cambio el canal”.

En otras palabras, doña Margarita parecía un adolescente con angustia existencial. La plata –dijo- no alcanza para nada, cada vez el mercado es más precario, ni siquiera me queda para comprar las galletas de mantequilla que tanto me gustan. Dijo que si por ella fuera, si iría del país a dejar sus huesos en otra parte, porque no soporta la manera cómo han subido hasta los entierros en Colombia. Le dije, entonces, que tranquila, que bien pudiera ser ella parte de algún falso positivo y le saldría más barato el asunto. Se echó a reír y puso a hacer café. “Todavía lo puedo comprar”, dijo.

Ella advierte que preferiría no hablar de política, y menos de la colombiana, porque todavía tiene vivos los recuerdos de tiempos oscuros, “de mucha sangre”, en que aquí los de arriba hacían matar a los de abajo por liberales y conservadores. Todo lo de hoy –agrega- le da asco y así lo demuestra cuando la conversación discurre hacia las pirámides, la gente estafada, la manera cómo con unas noticias se tapan otros escándalos de mayor calado. Dice no saber por qué el procurador absolvió a los de la “yidispolítica”, y cuando está a punto de vomitar (así lo hacen prever sus arcadas), se va a traer el café, que “no quiero más hablar de política y de politiqueros”.

Yo insisto y encamino la charla hacia los despidos masivos en ciertas empresas, el aumento del desempleo, el resurgimiento de la criminalidad y de lo que las noticias llaman las “bandas emergentes”. Ella hace un gesto de fastidio y se suelta como verdolaga en playa, que era una expresión muy usada por las señoras de antes. “Eso que vos llamás crisis la padecemos los pobres, sobre nosotros caen todas las desgracias, mientras los de arriba van aumentando sus capitales y negocios. Aquí están bien los banqueros, que son unos desgraciados. Ve, mi querido, mejor dicho no me pongás a hablar más que salgo es diciendo vulgaridades y yo he sido muy decente”.

Doña Margarita dice haber vivido lo suficiente y que ya nada le importa; lo siente por los desplazados, y por las víctimas “que se quedaron mirando pa’l morro porque Uribe extraditó a sus amigos y ya muchas cosas horribles se quedarán sin saberse”. Dice estar hasta el cogote de reelecciones y otras mentiras, y está cansada de la bobaliconería (término suyo) de la gente y aun de la de ella misma. Doña Margarita, me parece, es de aquellas mujeres que van aprendiendo a punta de golpes, y la vida cotidiana en un país de tantas desgracias juntas les va enseñando a descreer y por eso, como lo advirtiera un poeta, saben que “nadie morirá por mí”.

Y a propósito, doña Margarita, de la cual no doy su apellido ni otras filiaciones, porque pueden chuzarle su teléfono o ser acusada de terrorismo o desaparecer por artes no tan esotéricas, digo que esta señora prepara un muy buen café.

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