Sombrero de mago

El héroe de la bicicleta

Reinaldo Spitaletta
30 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

El recuerdo más añejo que tengo de las bicicletas se remonta a antiguas madrugadas en las que, desde mi cuarto, escuchaba el tránsito de ellas por la calle. Era el sonido particular de las ciclas de obreros que iban o venían de las fábricas y las llantas en su fricción producían una música en la que había cierta tristeza. Eran unos armatostes curiosos, con lámpara y dinamo, con parrilla y albergador de termo. Su paso de amaneceres escolares quizá me condujo a pensar que ser obrero era una labor de infortunio.

Aquellas bicicletas de marcas inglesas, Humber y Philips, nutrieron sueños de infancia. No era fácil entonces, por lo menos en mi caso, la consecución de uno de esos vehículos. En los principios de la adolescencia, cuando ya en el país el ciclismo era una suerte de épica, los nombres y apodos de los ciclistas, que eran parte de una mitología urbana, se convirtieron en relatos populares de adoración: Cochise, el Tigrillo de Pereira, el León del Tolima, el Ñato, el Pajarito…, y la Vuelta a Colombia (que también era un juego callejero con tapas de gaseosas), creada en tiempos de la violencia liberal-conservadora, era una instigadora de imaginarios y leyendas.

Es posible que mi última admiración en esas faenas haya sido por Cochise Rodríguez, el mismo que Gonzalo Arango describió en un reportaje (de inolvidable encabezado o lead) en el que retrató, a vuelo de tequila, al héroe y su casa con ornamentos que al profeta del nadaísmo le parecieron que hacían parte del “mal gusto del proletariado burgués”. Desde que aquella especie de superdotado se alejó de rutas y pistas, mi interés por el ciclismo disminuyó hasta perderse en recovecos de la desmemoria.

Sin embargo, de vez en cuando, me enteraba de asuntos del Tour de Francia y otras competencias, pero sin las intensas emociones que tuve cuando veía pasar, en mi remota infancia, a los pedalistas en medio de sirenas y una gritería descomunal. Después, supe que aquella competencia había sido narrada, por ejemplo, por escritores como Dino Buzzati y Boris Vian y que había maravillosos relatos periodísticos sobre, por ejemplo, el piamontés Fausto Coppi y el toscano Gino Bartali.

De otro modo, me interesó más el Tour de Francia por lo que se narraba sobre sus hazañas, recorridos y disputas, que por la carrera en sí misma. Y en una de esas, me enteré de una leyenda. El irlandés Samuel Beckett, dramaturgo, novelista y poeta, se detuvo a orillas de una carretera cuando ya la caravana del Tour había pasado. Había un corrillo que daba la impresión de esperar a un ciclista que faltaba. “¿A quién esperan?”, preguntó Beckett. “Estamos esperando a Godot”. Era el más viejo y lento de los pedalistas. “¿Acaso será un esteta de la derrota?”, se preguntó el escritor.

En 1952, Beckett publicó Esperando a Godot, un intenso drama sobre el absurdo existencial. La pregunta es: ¿existió un ciclista con ese nombre? Qué importa. Le sirvió al autor para escribir una obra acerca de la vida como un eterno desamparo, en la que dos personajes, Estragón y Vladimir, discurren sobre la espera y la inutilidad de vivir. El dublinés se ganó el Nobel de Literatura en 1969.

Ahora, cuando un joven de 22 años, Egan Bernal, nacido en Zipaquirá, ha ganado el Tour de Francia, me parece que el mundo de las bicicletas tiene encantos a veces indescifrables. Uno, por ejemplo, es que ese caballo de ruedas, o celerífero, como se llamó a su antecesor, fue inventado en 1791 por un francés que jamás existió: el conde Mede de Sivrac (la especie la propaló un periodista francés del siglo XIX que quería que tal maravilla la hubiera creado uno de sus compatriotas). Otro, la bicicleta como utopía.

En efecto, Marc Augé, antropólogo francés, planteó que la cicla debe hacer una revolución en las ciudades. Su uso debe ser masivo. Y en estos tiempos apocalípticos, podría ser una opción ante tanto humo.

El nuevo héroe Egan Bernal parece una imagen surrealista, como las de la polca-tango de Piazzolla y Ferrer, La bicicleta blanca, que dice que ganar no está en llegar sino en seguir.    

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