El hombre clave

Daniel Emilio Rojas Castro
19 de septiembre de 2017 - 03:30 a. m.

Muchas dudas se aclaran al leer El hombre clave, el relato testimonial de Henry Acosta Patiño publicado en octubre del 2016 (parcialmente disponible en Google Books). 

Acosta Patiño cuenta cómo se gestó la paz, desde los primeros acercamientos en el 2002, a inicios del gobierno de Álvaro Uribe, hasta la firma del «Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera», en octubre del 2012, bajo el mandato de Juan Manuel Santos.

Si se llegó a la mesa de negociaciones fue gracias a la voluntad política de la Presidencia de la República y del Secretariado del Estado Mayor de las Farc-Ep. Está más que claro. Pero también se llegó gracias a la «mesura, a la eficiencia y a la malicia» de quienes supieron defender la posibilidad de un diálogo entre el Estado y los alzados en armas. Entre ellos está Acosta Patiño, quien como muchos otros colombianos sensatos reconoció dos premisas que la mayoría de los opositores al proceso quisieron enterrar: por un lado, que el país poseía un ‘conflicto interno’, que hundía sus raíces en una sociedad desigual con altos índices de pobreza, y por otro, que la solución definitiva a ese conflicto no era militar, sino política.

En El hombre clave se visualizan todas las dificultades que afrontaron los altos comisionados de Paz, los facilitadores nacionales y extranjeros, los altos funcionarios del Gobierno y los guerrilleros para hacer posibles los acercamientos en medio de los combates. La paz, decía Clemenceau, es más difícil de hacer que la guerra. Y creo que en este libro Acosta Patiño demuestra que las críticas sobre la lentitud de los acercamientos y las negociaciones son infundadas, porque quienes han comparado lo que ocurrió en los últimos años en Colombia con las experiencias de Guatemala, El Salvador, Irlanda del Norte y África del Sur saben que esta guerra se terminó en poco tiempo.

La celeridad de la negociación bajo el presidente Santos se debió a que una fase exploratoria —en la que Acosta Patiño jugó un papel de facilitación determinante— ya había tenido lugar bajo el expresidente Uribe. Varios de los acercamientos entre los entonces comisionados de Paz, Luis Carlos Restrepo y Frank Pearl (autorizados por Uribe), y Alfonso Cano y Pablo Catatumbo se realizaron gracias a mensajes parafraseados o escritos que pasaban por las manos del ‘facilitador’. La carta que este último le envió el 12 de julio de 2010 al recién posesionado presidente Santos representó el punto de partida de la negociación cuya culminación se anunció en el Teatro Colón de Bogotá.

Un patriotismo auténtico y realista (no esporádico y delirante), una tenaz vocación de servicio al país (sin esperar nada a cambio) y el convencimiento profundo de la inviabilidad de una Colombia como la que hemos conocido hasta hoy son tres virtudes que Henry Acosta Patiño puso al servicio de la paz en Colombia. Su energía espiritual para perseverar en una causa laudable, su tenacidad y su discreción son lecciones para un pueblo que, como el colombiano, se suele embriagar en la fantochería y el triunfalismo inmediato. 

Quiero darle razón a Henry Acosta Patiño, porque la sentencia de que la «guerra es una cosa muy seria para dejársela sólo a los militares» no la dijo Churchill, sino el ‘tigre’ Clemenceau. Gracias, Dulcinea, y sobre todo gracias por la paz, facilitador.

 

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