El incendio de todos

Hernando Gómez Buendía
01 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Se ha dicho hasta el cansancio que es el pulmón de la humanidad. Y es el pulmón de la humanidad.

Pero es también territorio de Brasil y otros países soberanos. Con lo cual ya topamos con el problema más difícil, peligroso y angustioso que haya tenido la humanidad en mucho tiempo; quizá desde el comienzo de los tiempos.

Es el problema de los “bienes públicos internacionales”, o de las cosas que todos necesitamos y sin embargo son manejadas por autoridades que no nos representan y cuyos intereses son contrarios a los nuestros.

El caso Bolsonaro es la muestra dolorosa del momento. Los brasileños lo escogieron por motivos simplemente deplorables. La corrupción de los gobiernos de derecha, que por fin se mostró con Odebrecht, llevó hace años a la elección de Lula, el presidente obrero que más ha hecho contra la pobreza en América Latina. Su sucesora no tenía carisma, de modo que un Congreso corrupto decidió destituirla por hacer un traslado presupuestal ¡sin que nadie se robara ni un real! Entonces Lula se postuló de nuevo y punteó en las encuestas, hasta que un juez corrupto y endiosado por los medios decidió encochinarlo y lo mandó a la cárcel… por un apartamento que ni siquiera estaba escriturado a Lula o su familia.

El juez pasó a ministro de Justicia de Bolsonaro, el presidente más inverosímil que recuerdo (si no fuera por los que digo más abajo). Un chafarote en ropa de civil, ignorante, patán y mujeriego, que no cree en el cambio climático y cuyo plan de desarrollo en un país tan envainado consiste en explotar la Amazonia. Fue la señal para que los colonos duplicaran las quemas, que a este paso acabarán con el 20 % del oxígeno del mundo.

Pero a su vez Bolsonaro recibió la señal de Donald Trump, el ignorante, patán y mujeriego que no cree en el cambio climático y escogieron los gringos para que decidiera por todos nosotros. Es el retiro del Acuerdo de París y es la silla vacía en el G7 que esta semana se ocupó de los incendios. Es el desmonte descarado de las regulaciones ambientales, en el país que más contaminación produce.

Y es, ante todo, la patada de Estados Unidos al orden internacional que él mismo había creado y mantenido desde el final de la Segunda Guerra.

La política internacional de Trump se reduce a esta idea: los gringos se cansaron de que el mundo se aproveche de ellos. Por idiota que suene, esta idea convence a los perdedores de la globalización en su país, que por eso lo apoyan a rabiar. De aquí los actos y palabras que al resto del planeta le suenan incoherentes: rechazo de los foros multilaterales, negociaciones duras con cada país por separado, bravuconadas y retiradas por doquier, y no más guerras donde mueran sus votantes.

Estados Unidos vela por lo suyo, y cada quien que vele por lo suyo. De aquí la invitación de Trump a los enemigos de sus amigos para que ayuden a deshacer el orden: Rusia invitada al G7, Kim disparando sus cohetes, el príncipe saudí cometiendo asesinatos, Netanyahu bombardeando a su antojo, Boris Johnson saliéndose de Europa y Bolsonaro quemando la selva.

Es el mundo sin más orden que el interés de cada Estado, donde Rusia responde con Crimea, China con una guerra comercial o con Hong Kong, Macron posa de líder de Occidente, Italia deja ahogar a los migrantes, Polonia y Hungría se declaran racistas, Reino Unido se deshace, Alemania se detiene, Siria se desangra, Japón pelea con Corea del Sur, Puerto Rico se ahoga, Venezuela se muere, proliferan las armas nucleares, los polos se derriten y la Amazonia arde.

Nunca se había necesitado tanto la concertación internacional. Nunca se había estado tan lejos de tenerla.

*Director de la revista digital Razón Pública.

 

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