El infierno en la tierra

Nicolás Rodríguez
24 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

Cuatro años atrás las Naciones Unidas admitieron lo inadmisible: que no le jalaban a seguir contando el número de muertes ocasionadas por la guerra en Siria. Para ese entonces iban en modestos 100.000. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos hablaba de 130.000. Y podían ser más. Quizás 180.000. Ya van siete años de una guerra que son muchas guerras y la cifra se aproxima al medio millón (más otro millón de heridos y 10, 11, 12 millones de desplazados: nadie sabe).

El lunes pasado puntea como el peor en tres años. Tras cuatro días consecutivos de cohetes y artesanales bombas de barril, las fuerzas del régimen de Bashar al-Assad (en el poder desde el 2000, cuando reemplazó a su padre) continúan asfixiando a los rebeldes empotrados en un enclave cerca a Damasco. Casas, calles y hospitales fueron arrasados. Otra cifra conservadora: 200.000 niños están atrapados.

El florero de Llorente en Siria fueron los grafitis de unos jóvenes contra el gobierno opresor. El dictador procedió a torturarlos y hubo protestas. La Primavera Árabe estaba en el aire. En el 2011, cuando se desata el infierno, ya eran hordas las que manifestaban. Rebeldes de todo el abanico de posibilidades (radicales y más radicales) emprendieron su lucha irregular y desde entonces todos los países que vieron una oportunidad se han lanzado sin demora al abismo.

Desde Irán llegó ayuda para Assad, que también cuenta con el apoyo de Rusia. Las fuerzas rebeldes recibieron lo suyo de parte de Turquía. Estados Unidos apoya a los rebeldes y persigue al Estado Islámico, que también hace parte de la escabrosa fotografía y se enfrenta a los rebeldes y a Assad. Al Qaeda no tardó en aparecer. Arabia Saudita no comulga con Assad e Israel teme que Irán termine por volverlo a enfrentar a Hezbolá.

Le dicen guerra subsidiaria porque los países con viejas querellas las resuelven a control remoto lejos de sus jardines.

 

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