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El legado de Fujimori

Cristina de la Torre
10 de mayo de 2008 - 03:08 a. m.

POR CONGRACIARSE CON LOS gringos, anda el Ministro de Defensa a la zaga de la historia. En el Consejo de las Américas denuncia la amenaza del neopopulismo que, según él, ronda por estos lares y se dispone al asalto de nuestro país. Pero, en asombrosa inversión de la realidad, no dice que Colombia es precisamente la resaca solitaria del neopopulismo que Fujimori, entre otros, introdujo en América Latina para afianzar el modelo de mercado que las dictaduras del Cono Sur habían adoptado. Visto el desastre, el subcontinente viró a la izquierda —incluidos los populismos de Chávez, Correa y Evo—; y Colombia porfió en el pastiche del peruano: adaptó los recursos políticos del populismo clásico al modelo neoliberal.

Recaba Santos en la religión de la propiedad privada, el mercado y el libre comercio. Advierte sobre los peligros de las nacionalizaciones y del proteccionismo. Como si todo país que se abocaba al desarrollo no hubiera nacionalizado los renglones de infraestructura y los recursos básicos. Transporte, comunicaciones, industria eléctrica, servicios públicos, recursos energéticos se consideraron bienes públicos y fueron protegidos de la voracidad del capital privado. Lo mismo en Europa que en Norteamérica, en el sudeste asiático y en la América Latina que se modernizaba por la vía de la industrialización. Olvida, además, que el TLC no les sirve sino a los norteamericanos, justamente porque respira el proteccionismo que convirtió a Estados Unidos en primera potencia mundial.

El gobierno de Álvaro Uribe se coloca a distancia sideral del espíritu nacionalista, industrializador y redistributivo de un Getulio Vargas. Pero del populismo ancestral recoge, eso sí, el asistencialismo sin medida, capaz de descuadernar las finanzas de un país. La Agencia Presidencial para la Acción Social duplicará sus recursos para el año entrante. Gastará tres billones y medio de pesos, no ya en un millón y medio de Familias en Acción sino en tres millones de ellas. Y ahora, cuando se cocina una segunda reelección, quien aspire a ese subsidio deberá inscribir la cédula en los puestos de votación de su lugar de residencia.

Uribe ha refinado también el populismo ancestral, multiplicando su eficacia. El contacto del líder con la masa se volvió aquí comunitarismo de parroquia, réplica del de Fujimori, potenciado como propaganda del caudillo por la pantalla de televisión. Y desactivó a la sociedad. Obnubilada por la gestualidad del Príncipe, sin organizaciones capaces de representarla a derechas, ha derivado en masa sin norte, sujeta a una inteligencia “superior” que la manipula a sus anchas.

A la par que el desempleo se sigue disfrazando en oficios deleznables y que el crecimiento de la economía se concentra en empresas extranjeras mientras aumenta la pobreza, nuestro neopopulismo se ha extremado. Acaso porque Yidis puso en entredicho la legitimidad de su elección, lo mismo que su alianza de origen y durante el gobierno con la parapolítica, el presidente Uribe parece coquetearle a una salida abiertamente antidemocrática. No de otra manera puede interpretarse su ojeriza contra la Corte Suprema y su intento de suplantarla por un miniórgano de bolsillo del Presidente. Como lo hiciera Fujimori. Ni se entendería que su Comisionado de Paz propusiera disolver partidos, ergo, cerrar el Congreso. Como Fujimori. Ni su uso acomodaticio de la Constitución, mientras le sirva para hacerse reelegir. Ni el señalamiento de opositores amenazados de muerte, en un país donde lo menos difícil es disparar. Ojalá no vayamos por la pendiente del modelo dictatorial de América Latina, que reúne autoritarismo con liberalismo económico.

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