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Notas de buhardilla

El legado

Ramiro Bejarano Guzmán
23 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Nunca antes habíamos asistido al deplorable espectáculo de un expresidente calificando de mafiosos a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, como lo hizo irresponsablemente Uribe sin ningún límite, ni siquiera de tiempo, en una prolongada entrevista que tuvo el sabor de un alegato judicial desordenado y nada convincente.

Por estos días todo el uribismo está entregado a dar declaraciones del mismo tono acosando a la justicia que tanto les incomoda, o a veces haciendo el ridículo de lloriquear delante de las cámaras por todo lo que extrañan al presidente eterno, como Alicia Arango, quien pareció más una viuda adolorida que una ministra de Estado. Los tenientes del uribismo, que se mueven despistados en sus regiones y en el Congreso, han asumido como obligación que cada declaración que ofrezcan tiene que venir cargada de furia y adjetivos pidiendo la hoguera para la justicia, la cual insisten en reformar para que Uribe, y solo él, pueda resolver los pesados litigios que él mismo suscitó.

En ese clima enrarecido de ultraje a la justicia, el subpresidente Duque ha confirmado su condición subalterna y de amanuense con todas las tonterías que le hemos oído para defender a su amo, en especial con el mensaje en el que, al comentar su calculado retiro del Senado, sostuvo que “con su renuncia pierde el Congreso uno de los mejores legisladores, pero su legado será imborrable”. Olvidó referir que esa renuncia la atajó hace dos años el estafeta Macías, el de la jugadita.

Si de algo no puede acusarse a Uribe es de haber dejado un legado después de tantos años de vida pública. Para empezar, entre las iracundas hordas uribistas no hay una figura que sea capaz de asumir el liderazgo mientras el jefe atraviesa semejante problema judicial. Sus seguidores parecen conformarse con que Uribe siga dando instrucciones desde su cómoda celda de “El Ubérrimo”, porque saben que ninguno de ellos tiene la autoridad para asumir las responsabilidades que ejercía omnímodamente una sola persona.

Uribe ha sido un hombre público cruzado por las dificultades de su mal carácter y, en los últimos años, por vivir en un entorno angustioso y áspero. En efecto, al hoy exsenador se le ha visto enredado en complicados episodios judiciales de los que se ha vuelto protagonista junto con peligrosos hombres detenidos en las cárceles dispuestos a declarar contra sus enemigos o a retractarse. Qué lánguido final para quien ocupó dos veces la Presidencia. En vez de estar escribiendo sus memorias, o dedicado a la universidad que amenazó fundar, hoy anda extraviado en los folios de expedientes, refutando testimonios de delincuentes y construyendo líneas de investigación. Por supuesto, Uribe no está solo en esta aventura, pues detrás de esta vida azarosa hay un batallón de penalistas que no tienen fuerza para aconsejarlo en nada, como cuando desoyó la advertencia de no involucrarse con un abogado desconocido de precaria reputación como Diego Cadena, también preso por los mismos hechos.

Es posible comprender que mientras se ejerce la presidencia un mandatario no tenga tiempo para escribir nada para la posteridad. Pero que luego de diez años de haber dejado el poder no se le conozca un solo manifiesto a Uribe, sino una multitud de trinos insultantes, facturados con la cabeza en caliente y para enlodar la reputación de sus contradictores, deja la sensación de que esta fue la década desperdiciada. Esa ingrata suerte se extendió a la camarilla con la que comparte los avatares políticos, donde hay muchos bocones, pero ninguno líder.

Tan cierto es lo anterior que el uribismo está optando por habilitar la condición de jefe supremo del Centro Democrático a uno de los vástagos de Uribe, un novel empresario que en ciertas ocasiones ha cobrado notoriedad no por sus profundas reflexiones políticas o humanísticas que nadie conoce, sino por ser más hosco y agresivo que su progenitor. Por eso ya abrió plaza repitiendo la mentira atroz y altanera de que su padre está secuestrado. El partido donde solo se oye una voz marchará al ritmo brusco e impredecible del primogénito.

Adenda. Recomiendo la lectura de la novela Adiós al mar del destierro, de Lucía Donadío. Relato estremecedor que atrapa desde la primera página.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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