El libro como una casa, como una patria

Beatriz Vanegas Athías
25 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Hay algunos recuerdos de eventos que hacen que libro y espacio sean una sola cosa. Pero antes de desarrollar esta idea, hay que decir que nuestro conocimiento moderno ha incentivado el desarrollo de una estructura mental que paulatinamente ha ido haciendo a un lado la función del oído como receptor de la tradición. Es la imagen quien se halla entronizada por las nuevas maneras de comunicarnos. Así que al imponernos lo visual, se nos ha alejado de la memoria auditiva. Oír, oírnos para encontrar el sonido, la textura de la voz es una manera de indagar en lo que realmente somos. Las palabras oídas en una conversación, en un recital poético, en una narración de la vecina o de mi compañera de trabajo logran que esas narraciones, esas descripciones, esas argumentaciones oídas se conviertan en un objeto para reavivar la memoria.

Otro recuerdo que deseo mencionar tiene que ver con la creación de la escritura, cuando la oralidad de los antiguos saberes pasó a convertirse en algo cada vez más necesitado de certezas, entonces se fundó la necesidad de precisar, reducir, contener, hacer accesible en un pequeño espacio el pasado, el misterio, la revelación y el devenir. Para ello surgieron las tablillas, los pliegos, los pergaminos, el libro. Entonces la palabra oral, libre y ondeante fue convertida en objeto que se podía tocar. Y ese objeto fue el libro. Y el libro también la creación de un espacio dentro de nuestros espacios habitados. Se delimitó la palabra y bien sabemos que la delimitación siempre ha sido un seguro para dominar. Pero este no es el asunto central de estas líneas.

Cerca de donde me bajo del bus tarde a tarde cuando regreso de mi trabajo como profesora, encuentro a una familia de venezolanos integrada por los jovencísimos padre y madre, un niño de menos de un año y una niña que, si mi percepción no falla, tendrá cinco. Desde hace un mes que paso por su lado y en tres ocasiones me he encontrado con una escena que me desgarra: la niña lee una cartilla de lectura inicial y la madre un libro ilustrado de “Sandokán” de Emilio Salgari. A veces es el joven padre quien tiene la cartilla que lee a la hija, mientras la madre lleva en brazos al niño para pedir dinero. A los transeúntes.

Cuenta el poeta Ramón Andrés que, a su parecer, en uno de los mejores libros que ha leído sobre el fenómeno de la lectura y de la escritura titulado El viñedo del texto que su autor Iván Ilich señaló que si los judíos dieron un papel tan determinante al ejercicio de leer y escribir fue, en buena parte, por su ausencia de patria y la consiguiente necesidad de contar con un lugar, aunque este consistiera tan sólo en unos pliegos de papel. Estar en los salmos se parecía a algo así como estar en casa. La Biblia se convirtió en la patria de la que fueron expulsados. Creo que para la familia de venezolanos estar en la cartilla y en las aventuras de Sandokán, es tal vez una manera de estar en su Venezuela añorada.

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