El macabro negocio de cazar tiburones

Columna del lector
16 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Daniel González Monery

“Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos”, decía el religioso san Francisco de Asís. Los animales son nuestra compañía permanente en el planeta, donde quiera que estemos. Cuando estamos en un destino de mar nos emociona ver los peces saltar sobre el agua e incluso visitamos acuarios para poderlos apreciar con calma. Cuando vamos a un lugar campestre nos detenemos a tocar bebés terneros. Si vamos al zoológico nos deslumbra ver los colores de las de aves más cerca de lo que nunca podíamos apreciarlos y les tomamos fotos. Hay un sentimiento real de admiración por parte de los seres humanos hacia los animales.

Los tiburones, al igual que millones de especies en el mundo, son imprescindibles para mantener el delicado equilibro del ecosistema, que se está desbalanceando por causa del cambio climático. Los tiburones no son asesinos del mar. Un solo mosquito puede causar muchas muertes más que un tiburón en un año. La sociedad del consumo los ha cazado, comido y comercializado. En el mundo hay 400 especies de tiburones. Colombia tiene 140 especies, cinco de ellas en vías de extinción. ¿Hasta dónde vamos a llegar?

Los tiburones están de moda. Su caso es particular, porque se han dedicado a explotar su imagen en las diferentes producciones y películas, como comida exótica y hasta de colección, cuando de forma indiscriminada cercenan sus partes para ser exhibidas en museos y en casas. La Fundación Malpelo establece que hasta 100 millones de tiburones se matan cada año solo por sus aletas. La industria, los restaurantes y personas se benefician. Este es un oscuro negocio que paga millones por consumir, matando millones de tiburones.

En Colombia el tema de la caza de tiburones no es nuevo. Desde 2011 se estableció la caza artesanal de aletas del animal, pero la nueva resolución 350 del Ministerio de Agricultura aumentaría el tráfico ilegal y la comercialización indebida de la especie marina, sin ningún tipo de control ni cuidado de preservación. La Policía sabe que desde el océano Pacífico se exportan 50 millones de aletas que van a distintos destinos, pero no ejerce su autoridad judicializando a esos criminales. Como era de esperarse, el Gobierno salió en defensa de su resolución. El ministro dijo que si bien la caza de tiburón está prohibida, lo que se busca es controlar y regular el comercio de las aletas. Pero todos sabemos que las leyes y el papel no trascienden la realidad. Seguirá la pesca ilegal del tiburón, la deficiencia de las autoridades ambientales y la presión de los mercados internacionales.

Todos rechazan que les corten las aletas a los tiburones, pero ¿cuántos rechazarían la sopa de tiburón cómo “plato afrodisíaco” en algún lugar turístico? Mientras los animales sigan siendo la base de nuestra cultura gastronómica, nada va a cambiar. Mientras sigamos buscando “qué animal exótico se come aquí” en cada destino, las aletas de tiburón y los miembros de muchos otros animales seguirán siendo populares para su caza, y será una hipocresía quejarse. A corto plazo y para unos pocos, el aleteo de tiburón es obviamente un gran negocio y como tal buscará siempre el camino para llegar al mercado. El apetito por sus aletas es la principal amenaza. Debemos cerrar todos los portillos que permitan la comercialización de aletas de tiburón. Si no se revierte esta medida, la imagen de Colombia como un país defensor y amante del medio ambiente, del mar y la vida, seguirá por el piso.

moneri11@hotmail.com

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