El mal amigo

Lorenzo Madrigal
21 de febrero de 2010 - 06:51 p. m.

ES COSA DE MALA CRIANZA, DECÍAN las abuelas. Y de todos modos es maña de colegio la de acusar sin mayor reato al amigo, con tal de salvarse a sí mismo. El típico acusetas crece y se hace grande y a veces grande de Colombia, y sale luego a humillar en público a su colaborador más cercano y a reclamarle por algo que ha hecho mal y que también dependía de él, afectando que no se había percatado de ello.

Muchos han querido que caiga el ministro de la Protección Social (de la Desprotección, dicen algunos), don Diego Palacio, doctor en medicina, pero no se sabía que también quería tumbarlo el Presidente, luego de notificarle que, si se hizo nombrar ministro, debería asumir su responsabilidad.

¿Cómo es eso de hacerse nombrar ministro? Aquí como que todos se hacen nombrar: a don Pachito Santos, simpático funcionario, le espetaron algo parecido y aun peor, que se había lagarteado la Vicepresidencia. A cuántos más de sus propios funcionarios ha vapuleado el mandatario desde la tribuna de los Consejos Regionales o mandado a la cárcel, porque algún caso se ha visto.

Preside el gran dominador, a quien nadie se atreve a desafiar, sometidos como están todos a la chicharra de su voluntad. Es época de súbditos, como las boinas rojas de Venezuela, que se mueven rítmicamente a cada afirmación del dictador tropical.

El nuestro es tremendo impaciente, según episodios conocidos y ahora más que nunca, pues advierte que le han trabado el mecanismo de su reelección populista y que lo han hecho sus propios subalternos, que improvisaron de cara al pueblo las medidas de la salud y lo dejaron en agonía electoral.

El cincuenta por ciento más un voto en primera vuelta ya no va a obtenerlo fácilmente el señor Uribe y por entendido se da que mucho menos lo conseguirá alguno de los que están saltando a la palestra. ¿Ya están todos los que son?

Ante esta situación, verdadero amago de la hecatombe prevista, ya no es de la voluntad presidencial decir: no temáis, aquí estoy yo. No es decisión suya el salir o no salir al juego presidencial, sino que esto depende de otros factores como la Corte y su fallo, que podría ser negativo, pese a su proclividad gobiernista; igualmente depende de las fechas electorales, del número de sufragantes, de los tiempos que pide el Registrador.

No las tiene todas consigo el uribismo. En una segunda vuelta sin Uribe y con candidato oficial poco atractivo, lo más probable es que la oposición impulse uno suyo, que salga avante, enredado en mil lazos de compromiso.

***

Que los altos funcionarios, regañados públicamente, no renuncien con altivez es una vergüenza propia de la época que vivimos.

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