El matrimonio es un contrato que debe ser personalizado

Antieditorial
06 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Por Paula Alejandra Gómez Osorio

En respuesta al editorial del 12 diciembre 2019, titulado “¿Cómo sellar el final de una relación?”.

Preguntarse sobre el final de un matrimonio se considera poco romántico y hasta grosero. Y ni hablar de los acuerdos prematrimoniales, acerca de los que muchos piensan que demuestran desconfianza en la persona que se escogió para compartir la vida. Se olvidan de que el matrimonio es un contrato regido por las leyes. Las causales particulares para cerrar este contrato, como en los otros contratos de servicios o comerciales, son establecidas previamente. De esta forma queda protegida la pareja, especialmente la persona más vulnerable. Abrir la puerta para divorcios decididos unilateralmente es poner en juego toda la estructura económica, familiar y social que depende de un matrimonio.

Los roles del matrimonio son construcciones culturales y sociales. Responden a intereses que van más allá del beneficio de la supervivencia y el bienestar de los sistemas humanos. Algunos de esos intereses incluyen el poder y la acumulación de riqueza. Es reciente en nuestra sociedad la visión del matrimonio como una unión guiada por el amor. Comprenderlo como un contrato es fundamental. Frecuentemente se critica el sacramento matrimonial católico, olvidando que simplemente es un modelo de contrato propuesto por la Iglesia católica. Muchos se sienten identificados con esta propuesta, mientras otros lo firman sin conocer a fondo sus implicaciones o sin estar totalmente de acuerdo con lo que exige, a pesar de realizar los cursos prematrimoniales tradicionales.

Los matrimonios civil y católico establecen un modelo contractual básico. Aceptar que el contrato matrimonial puede personalizarse, para que las parejas se sientan más identificadas con este, ayudaría a quitar el estigma negativo que tienen las capitulaciones. Por medio de los contratos prematrimoniales se pueden regular los activos, asuntos relacionados con religión, educación de los hijos y las relaciones con la familia política. Estos acuerdos deben ser realizados voluntariamente, libres de cualquier clase de presión y deben ser cumplidos de buena fe.

Las parejas deben sentirse libres de modificar el contrato matrimonial para tener mayor protección y conformidad. No se trata de estar casado por obligación ni de salir de un matrimonio sin que el otro cónyuge esté de acuerdo. El matrimonio tiene consecuencias jurídicas que involucran obligaciones de parentesco y económicas. Es una relación basada en el amor, pero que tiene exigencias más terrenales que no deben ser descuidadas. En este sentido, debería darse más importancia al noviazgo como un período de verificación de competencias y establecimiento de garantías, por frío que parezca. Adicionalmente, si los interesados lo quieren, deberían poder establecer verificaciones periódicas del estado de las garantías y competencias del cónyuge. El matrimonio tiene un rol fundamental en la construcción de la sociedad, pero su equilibrio depende enormemente de factores relacionales e individuales. Sí, el amor es fundamental, pero nadie contrataría a un versado en biología para una tarea que requiera un constructor experto de casas. Un matrimonio es mucho más que atracción, amor y buena voluntad. Reconocer su calidad de contrato es un factor protector frente a relaciones dañinas y divorcios desastrosos.

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