El miedo

Columnista invitado EE
19 de septiembre de 2017 - 09:42 p. m.

Por: Alberto López de Mesa

Cuando el sobandero se enteró que su paciente se había tronchado el pie por espiar a la amante de su esposo, la convenció de que ella y su marido eran victimas de un rezo maligno y, aprovechándose del espíritu sugestionable de la mujer, la sometió a tratamientos conjurativos y terminó sonsacándole una fortuna.

Brujos, síquicos, médiums y tiendas esotéricas existen por montones, todas se aprovechan de la mentalidad apocalíptica de sus clientes, les abonan el miedo a alguna fatalidad y con ese método los trabajan de por vida.

Muchas iglesias también usan el recurso del miedo, porque saben que manteniendo intimidados a sus feligreses con la inminencia de diablos e infiernos, inducen el apego a sus doctrinas como recurso exorcista y salvador.

El negocio de la salud y particularmente la industria farmacéutica con frecuencia publicitan sus medicinas explicitando patéticamente las consecuencias de una enfermedad que no sea tratada con sus productos.

La política ha sido y será aliada del negocio de la seguridad y del mercado de la guerra, para ello no se escatiman infundios a la hora de crear enemigos peligrosos. De suerte para ellos que los propensos a demonios se dan silvestres y solo les basta rotularlos con el mote del peligro para animar cruzadas mundiales en contra de su maldad: Un demonio perfecto fue Osama bin Laden y su infierno, el yihadismo. A los colombianos ahora nos están asustando con Maduro y su averno el castro-chavismo, el soberbio jefe del estado norcoreano Kim Jong-Un es el protervo que necesitaba Donald Trump para ostentar sin pudores la soberbia militar del imperio norteamericano, el infierno que avisa es la Tercera Guerra Mundial. Así, con el miedo globalizado, todas las potencias tienen licencias para invertir en ejércitos y armamentos colosales, no obstante que con una inversión igual se mitigaría el hambre y la miseria que padece la otra mitad del mundo.

El instinto de conservación nos hace valientes, pero la ignorancia nos hace cobardes. El miedo es el estado perfecto para la manipulación de las conciencias, su antídoto es la educación, la cultura. Solamente las conciencias entrenadas en el discernimiento, en la crítica, tendrán argumentos para defenderse de las afrentas intimidatorias de los que se ocupan en la dominación de los espíritus. A los niños se les debe inculcar el placer de la duda, que es el motor del pensamiento científico y de la creatividad artística. El que no duda simplemente cree, simplemente obedece.

 

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