El mínimo de Vitas

Francisco Gutiérrez Sanín
06 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Cuando, después de caer 16 veces seguidas, el tenista neoyorquino Vitas Gerulaitis –cuya carrera fue valiosa pese a lo que sugiere esta anécdota— al fin logró derrotar a Jimmy Connors, soltó la siguiente bomba en la conferencia de prensa: “Que el mundo se entere –advirtió con voz gruesa y decidida–. Nadie le gana 17 veces seguidas a Vitas Gerulaitis”.

Un atisbo de estos, lleno de parodia y autoironía, puede justificar toda una vida de duros entrenamientos. Pero a la vez establece un estándar. Llamémoslo el “mínimo de Vitas”. Consiste en no hacer el ridículo, o no repetir la misma idiotez, 17 veces seguidas. En saber parar en la décimo sexta.

Traigo a cuenta todo esto porque creo que hay ya evidencia abrumadora de que la actual política exterior colombiana está muy, muy por debajo del mínimo de Vitas. Desde que llegó Duque a la presidencia no hemos dejado de ser un hazmerreír. Cosa que en sí no tiene nada de particularmente malo: divertir a los demás no puede ser condenable. Lo grave es que en estas cosas por lo general está mucho en juego.

Tomen nuestra presunta política con respecto de Venezuela. Todo el mundo sabía desde el principio que se basaba en una combinación de improvisación, miopía y cuentas alegres (algunas de estas realmente malsanas, pero ese es objetivo de un análisis separado). Según publicó recientemente el periódico chileno El Mercurio, también la CIA había advertido que las operaciones con las que se pretendía dar al traste con el gobierno del señor Maduro terminarían en un patético fiasco. Caracterización que se puede aplicar a la conversación filtrada por no se sabe quién entre Pachito y la canciller Blum, o a las fotografías apócrifas que presentó Duque en la Asamblea General de la ONU. O al fantástico sainete de la solicitud de extradición de Aida Merlano a Juan Guaidó (aunque tengo que reconocer que por este hecho en particular guardo profunda gratitud; no puedo dejar de reírme cada vez que me acuerdo de él).

Lo de Venezuela es particularmente serio porque resulta que compartimos con ese país una extensísima frontera y millones de seres humanos que a lo largo de los años han pasado a un lado u otro de ella. Pero no ha sido ni de lejos el único escenario en el que este gobierno ha desplegado su propensión al desatino. ¿Tal vez muchos ya olvidaron la manera en que nos inauguró Duque en el que fue, si mal no recuerdo, su primer viaje como mandatario elegido? “El presidente Uribe manda a decirle —le informó solemnemente al rey de España— que lo quiere mucho”.

Pero como este gobierno y la fuerza a la que representa oscilan permanentemente entre lo ridículo y lo tenebroso, nos regalaron una pataleta cuando el relator de la ONU en derechos humanos presentó un reporte que en realidad era muy, muy moderado. Por ejemplo, el inefable Archila lo calificó de “chambonada”. Atención, Naciones Unidas: viniendo de quien viene eso sí que es un insulto. Sin embargo, el último episodio es definitivamente el más degradante. Todo el país —salvo quizás Carlos Holmes, Blum y Pachito, despatarrados en un sofá y a todas luces ensimismados en sus peleítas de adolescentes— oyó estupefacto cómo Trump le ordenaba a Duque fumigar los cultivos ilícitos. Como si fuera un escolar regañado. ¿Pero acaso no lo es? Pues en efecto recibió el ukase sin chistar. Y con seguridad se ocupará de obedecer con entusiasmo: es decir, de rociar veneno sobre la cabeza de decenas de miles de sus conciudadanos para satisfacer los deseos —que también pasan por afanes electorales— del mandatario gringo. Este era el flamante gobierno que desnarcotizaría nuestras relaciones con los Estados Unidos…

¿No les convendría disimular un poco? Aunque fuera no hablarle de soberanía a la ONU. Tampoco, ciertamente, de chambonada.

Ay, ayayay, pobre Polombia, pobres polombianos…

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