El ministro de la Salud

En su más reciente libro, Alejandro Gaviria se define como un ingeniero civil con ínfulas de programador de computadores, que quiso ser macroeconomista, terminó de investigador social y opinador consuetudinario y después fue arrojado abruptamente a la arena política, “donde he tenido que lidiar con uno de los dilemas éticos más complejos de las sociedades modernas”, como es la salud pública.

Como muchos, yo también lo leía de manera consuetudinaria en El Espectador, pero luego de degustar la novela de Juan Gabriel Vásquez, Historia secreta de Costaguana, me enteré de que quien llegó a ser ministro de Salud es además un humanista, con un excelente trabajo sobre Joseph Conrad, el polaco marino que se convirtió en el gran clásico de la lengua inglesa.

En su investigación, Gaviria (El Malpensante, Nº 27, 2001) se refiere, y demuestra con hechos, que ese maestro de la literatura universal —tan admirado por García Márquez, tan comentado por Malcolm Deas— habría estado por las costas de Panamá, Cartagena y Santa Marta, sitios caribes que le habrían servido para ambientar su novela Nostromo, que a su vez inspiró a Vásquez para Costaguana. Un ingeniero-economista ¿metido en esos vericuetos? Y luego, ¿dentro de los túneles burocráticos de un Ministerio, atendiendo EPS, tutelas, clínicas quebradas, mientras otros andan en Palacinos? Definitivamente le encanta estar en el lugar preciso para él y equivocado para otros.

Es un personaje único este Alejandro Gaviria. Digo que además es un humanista como lo demuestra en su libro, Alguien tiene que llevar la contravía, escrito en los ratos libres que le deja la burocracia. Ahora Gaviria sufre pacientemente una enfermedad, y él está seguro de que saldrá adelante para bien de su salud y de la salud del país, mientras quienes no piensan ni escriben, sino queman libros, lo critican y atacan por su convicción íntima y manifiesta: ser ateo. Afortunadamente, por eso ¡gracias a Dios!